D. Díaz

Desde un punto de vista en el que la rutina se convierte en una performance, ‘El Despertar de María’ nos presenta a una mujer en la flor de su vida que ha descuidado su felicidad

El despertar de María | StyleFeelFree. SFF magazine
Imagen de la película El despertar de María | StyleFeelFree. SFF magazine

Los ratos libres de los que uno goza después de 25 años trabajando en el sector de la limpieza doméstica son relativos. Como resultado de los modelos sociales contemporáneos, el cine ha ido reemplazando ese modelo de protagonista heroico por uno pasivo, superado por sus propias circunstancias. Suscribiéndose a esta tendencia, Lauriane Escaffre presenta en El Despertar de María a una mujer que ha descuidado su propia felicidad durante mucho tiempo. Representa a esa esposa que, pese a haber formado una familia, se encuentra insatisfecha, tanto en el ámbito laboral como sentimental. El hecho de que ella misma ignore su propio conflicto interno dota al personaje de una dimensión mucho más interesante. Súbitamente, por motivos de progresión dramática, se topa con una experiencia que le recuerda cómo se siente estar viva. A raíz de su nuevo trabajo, despierta en ella una pasión que yacía en letargo desde hace tiempo.

La represión sexual forma un papel clave en el tema principal de la obra. Como consecuencia de un tiempo de exposición prolongado a la misma, María ha sucumbido a la depresión. Pero no una de las que provoca llantos y gritos, sino de las que se lleva dentro. Como un parásito intestinal que devora sin que su presencia sea alertada. Cuando se incorpora al servicio de limpieza de una escuela de Bellas Artes, la película prepara, partiendo de esta situación, su reflexión más interesante. La visión de Lauriane Escaffe traza un paralelismo entre el valor de una vida con el de una obra de arte. Para que un cuadro tenga valor, no vale pintar sin ganas, hay que hacerlo con pasión. Desde este punto de vista, la rutina se convierte en una performance en la que todos decidimos cómo actuar.

Hubert, el conserje de la escuela, es el responsable de la evolución de María. Aquel que sabe ver un brillo en su interior del que ella misma se había olvidado. Al mismo tiempo, su relación le recuerda que está atrapada en un matrimonio carente de estímulos. De esta forma, el personaje protagonista se sitúa en una bifurcación entre dos vías paralelas. Por un lado, la familiar insatisfacción con la que ha convivido tanto tiempo. Por otro, una nueva aventura que promete estar llena de ilusión y alegrías. Pese a que, desde fuera, la respuesta correcta puede parecer obvia, como se suele decir, el amor es ciego. Una vez más, el arte se convierte en un personaje más de la obra. Uno que se vincula con la vitalidad y con el valor de la propia identidad. Porque, a fin de cuentas, la vida es una performance en la que no existen papeles pequeños, sino actores mediocres.
 

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