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Entre llamaradas solares, las sombras que revela ‘Aftersun’, ópera prima de Charlotte Wells, explican el poder transformador de los recuerdos y la memoria
Como si estuviésemos contemplando fotos y vídeos caseros que intentan ordenar nuestra mente la ópera prima de Charlotte Wells capta el poder evocador del recuerdo. Aftersun cristaliza a través de fogonazos inesperados en los que un gesto, desposeído de su contexto temporal, adquiere otra dimensión. Es el momento en el que comprendemos la fuerza arrolladora de la imagen cuando el encuadre ayuda a matizar una situación. Aquí, el detonante son las vacaciones que un padre y su hija realizan a Túnez. Él acaba de entrar en la treintena y ella en la pubertad. La niña no tiene todavía madurez para ver a su padre más allá de su papel de progenitor. Pero lejos de quedarse en esa mirada restringida, el logro de la película está en su capacidad de ver a los personajes desde la distancia y buscando que el espectador se pueda involucrar en sus respectivas vivencias.
Esta magnitud de Aftersun para ver en la distancia la lleva a cabo a través de la elipsis temporal que distancia el presente del pasado. Inspirada en sus propias vivencias, Wells trata de volver a un lugar que guarda entre sus recuerdos más preciados. Indaga en la memoria como esfera de conocimiento rebuscando en lo desapercibido por el instante que marcó un presente que ha dejado de ser para llegar al fondo de la cuestión. La dificultad que entraña esto no se percibe. El metraje fluye en la creación de sugestivas transiciones temporales y espaciales. En ello también repercute una banda sonora que retrotrae a mediados de los años noventa con temas populares como Tubthumping de Chumbawamba o Road Rage de Catatonia. Pero es Tender de Blur, en una versión completamente distorsionada, la que capta el espíritu de la cinta. Ese sentimiento que aguarda la primavera cuando todo florece de nuevo.
Lo que importa no es tanto lo que fue sino las sombras apenas percibidas por instantáneas coloristas que recogen un estado de ánimo. Marcada por tonalidades en las que destacan los colores intensos y un reconfortante aspecto vintage, el pasado alcanza una superficie que transporta. Para ello, la elección de rodar en negativo es clave para redimensionar un espacio temporal en el que bailan dos protagonistas con una química increíble. Son Paul Mescal en el papel de Calum, el padre; y Frankie Corio en el papel de Sophie, la hija. Juntos llegan muy lejos. Hasta traspasar un estado en el que la vigilia nos permite ver más allá de los sentidos. Llegado este punto, podemos traspasar el umbral que permite sanar o entablar un diálogo con lo que permanece escondido. Tan solar como es Aftersun, su valor se alcanza cuando adivinamos que cuando cae el día la oscuridad acecha.