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Con un guion extenuante que agota las memorias de Thorkild Bjørnvig, ‘El pacto’, la película dirigida por Bille August, desperdicia el talento de Birthe Neumann
Además de haber sido muy reconocidas por su obra artística, tanto Karen Blixen, como Georgia O’Keeffe, como Marguerite Duras comparten algo en común. Todas ellas mantuvieron una relación con un hombre mucho más joven en la vejez. En el caso de Blixen, aunque no hay vestigios de que fuese la amante de Thorkild Bjørnvig, un joven escritor al que le prestó su ayuda, a juzgar por la película El Pacto que dirige Bille August, entre ellos hubo más que cumplidos. Pero lo que podría ser una película de revelaciones, como ocurre con la reciente I Want to Talk About Duras, de Claire Simon, desemboca en un Folletín que deja a los personajes principales desenfocados. Y qué lástima desperdiciar también esa imponente residencia de la escritora de Memorias de África en Dinamarca. No hacía falta moverse de allí para recrear lo imprescindible.
Si bien el cineasta de La casa de los espíritus es un realizador de panorámicas que encuentra deleite en lo épico, claramente la historia que conduce hubiese ganado si la espléndida Birthe Neumann, que interpreta a Karen Blixen, tuviese todo el protagonismo. Pero según la trama avanza, va quedando a la sombra de otras actrices secundarias que, más que completar un relato, desvían la atención. Por otra parte, su evolución como personaje, considerando el guion, no parece hacerle honor a su figura. El discurrir de la historia, que recae en Christian Torpe, parece más abocado a la televisión que a la gran pantalla. Qué maravilla hubiese sido ver a Neumann al borde de la locura o desbordada por la ira tras el desplante de un pupilo desagradecido. Pero donde no hubo amor, tampoco hay cenizas.
Aunque pensándolo detenidamente, si no hay cenizas, porque la versión de los hechos es unidireccional —construida por Thorkild Bjørnvig en el libro que lleva el nombre de la película— el escritor tiene la obligación de imaginarlas. Bille August, en este sentido, hace lo que puede con un guion ajeno. Pero no es suficiente. Las expectativas empiezan siendo muy altas. Las primeras escenas entre Birthe Neumann y Simon Bennebjerg nos dejan con ganas de más de lo mismo. Un juego de seducción y dominación —sin fuegos artificiales— que rehiciera una estancia imaginaria para ellos dos. Dos personas tan opuestas como iguales. Arrastrados por la ambición, en un caso, y por la necesidad de afecto, en el otro. Salimos del cine con la necesidad de recrear nuestra propia versión de los hechos y conjeturando a una Karen Blixen con un final a la altura de la leyenda que dejó a su paso.