Guillermo A. Búrdalo
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En ‘El caso Villa Caprice’ Bernard Stora narra cómo nuestros conflictos personales pueden acabar interfiriendo en nuestra vida profesional

El caso Villa Caprice | StyleFeelFree
Imagen de la película El caso Villa Caprice | StyleFeelFree

El realizador Bernard Stora toma como punto de partida en El caso Villa Caprice, su última película, uno de los muchos casos de abogados que han vendido su alma a cambio de cosechar prestigio. Aprovecha esta circunstancia para narrarnos una historia sobre cómo el poder de la influencia juega un papel fundamental en nuestras vidas. Para ello, recurre a dos personajes, Germon y Fontaine, que viven atormentados por demonios internos, por lo que se refugian en sus vidas profesionales. Por una parte, Luc Germon —el abogado— cuida de su padre, un hombre mayor, que se ha pasado la vida trabajando, para poder brindarle oportunidades que él ha sabido aprovechar. Mientras tanto Fontaine —el empresario— vive con el miedo de que su esposa, Nancy, a la que conoce desde muy joven, le abandone. Así pues, ambos se encuentran solos en sus respectivos hogares.

Igualmente, junto a sus co-guionistas Pascale Robert-Diard y Sonya Moyersoen, Stora establece desde el inicio el que será un tercer personaje, Villa Caprice. Esta propiedad, en la que transcurre gran parte de la cinta funciona, a su vez, como casa y prisión. Para los que habitan en ella, Nancy y Giles, no deja de ser un lugar en el que estar encerrados, alejados de los medios. Esto lo vemos reflejado cuando, en una secuencia, Nancy lee La cúpula, de Stephen King. De esta manera, hace alusión a que ellos, como los personajes de la novela, viven una situación similar. Para Luc Germon esto es diferente, allí se siente libre, al contrario que en su casa, donde realmente ve el mundo a través de su padre.

El largometraje, hace uso de un recurso muy clásico, el diálogo, así como de planos abiertos que captan a los protagonistas. Esto provoca que el propio espectador se sienta metido en la acción. Hay que tener en cuenta que el uso de conversaciones, tanto formales como culinarias, permite que la audiencia entre mejor en la narrativa. Ya que los personajes, por muy poderosos que sean, no dejan de ser humanos. Y cuando les abarca un conflicto tan personal como la soledad, no podemos evitar sentirnos atraídos hacia ellos. Debido a que todos, en algún momento de nuestra vida, hemos sentido esta carga. Y al igual que ellos, nos hemos sentido atrapados en nuestros hogares, como si estos fueran nuestra propia cárcel.

En el conjunto de El caso Villa Caprice son las interpretaciones de Niles Arestrup (Luc Germon) y Patrick Bruel (Giles Fontaine) las que mueven la película. El uso de silencios es lo que realmente narra y vincula al espectador con ellos, estableciendo una reflexión sobre qué les motiva. Por eso, este no es un filme de grandes planos generales, siendo más intimista estos pueden abrirse y expresar sus emociones, de forma contenida. Además, se apuesta por cerrar el plano en momentos específicos, para encerrar a personaje y audiencia, y sentir así el peso de sus cargas. Al hacerlo, los dos muestran lo que realmente les mueve, la ambición. Dejando de lado lo personal, y refugiándose en su vida profesional. Estableciendo la soledad como único refugio.
 

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