Pedro Navarro
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Bebiendo del cine quinqui de la Transición, pero desmarcándose de él, Daniel Monzón presenta en su última película, ‘Las leyes de la frontera’, una historia de delincuencia y amor llena de nostalgia

Las leyes de la frontera | StyleFeelFree
Imagen de la película Las leyes de la frontera | StyleFeelFree

Que a Daniel Monzón le va la marcha está claro. Violencia, delincuencia, cárceles y persecuciones son elementos que aparecen una y otra vez en sus obras. Con su última película, Las leyes de la frontera, basada en la novela homónima de Javier Cercas, vuelva a ellos. Lo hace, sin embargo, desde un espacio más nostálgico, bebiendo del cine quinqui de finales de los 70 y 80, pero desmarcándose de él. En la cinta recrea esa España de la Transición tan cañera y marcada por el disfrute de las libertades recién conquistadas. Una emancipación en la que se espeja su protagonista, Nacho, el gafitas. El chaval, un adolescente apocado de 17 años, evoluciona de saco de boxeo de sus compañeros a pandillero y delincuente. Por el camino va encontrando una voz propia y la capacidad de imponerse y defender su lugar en el mundo.

A nivel narrativo, la película sigue la clásica formula del coming of age alrededor de una historia de amor. En este sentido, el director de El niño construye un relato plagado de primeras veces y nuevas experiencias. El conflicto se genera porque la apuesta no para de subir. Siempre va a más, a mejor. A tope de serotonina y emoción. Si ayer se probaba el primer porro de choco, hoy ya son pastillas. La semana pasada era un hurto menor. Ahora, robo a mano armada. Monzón demuestra, una vez más, su capacidad para generar tensión y mantenerla, especialmente cuando la cosa termina pasándose de castaño oscuro. Al final, no es lo mismo disparar a los marcianos de las máquinas tragaperras que pegarle un tiro a un madero.

A ritmo de Las Grecas y Los Canarios, Las leyes de la frontera narra esa pérdida de la inocencia al pasar a la edad adulta. La vida se llena de remordimientos y crudeza cuando las acciones comienzan a tener consecuencias. Al menos, así es para algunos. Para otros, no tanto. Entra ahí el comentario social y la reflexión sobre los privilegios de clase. “La ley es igual para todos”, recuerda un picoleto en la cinta. Bueno, en teoría puede que así sea, pero lo cierto es que la vida no trata a todos por igual.
 

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