Rosana G. Alonso
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Buscando distintos ángulos de visión, ‘Nunca volverá a nevar’ encuentra un fructífero diálogo que derriba las murallas que nos protegen de una alteridad construida

Nunca volverá a nevar | StyleFeelFree
Imagen de la película Nunca volverá a nevar | StyleFeelFree

La relación con el cuerpo siempre ha sido determinante en toda la filmografía de Małgorzata Szumowska. No solo en Body, cuyo título ya revela un interés, sino que también fue clave para Mug y ahora para Nunca volverá a nevar. El protagonista de su último largometraje, codirigido junto a su compañero profesional Michał Engler, es una especie de mago que trabaja como masajista. En una primera secuencia lo vemos ejercer sus habilidades hipnóticas para conseguir obtener un permiso de residencia en Polonia. Después de este inesperado arranque, la película se abre ante el espectador sumergiéndose en una supuesta fábula con cierto aire de suspense. El tono de thriller viene sugerido porque la acción principal trascurre en un complejo residencial exclusivo sobre el que parecen levantarse muchas sospechas. Porque las casas, todas iguales, de esta comunidad, no pueden evitar lo imprevisible, ni la melancolía que se apodera de sus moradores.

El mecanismo mágico que rodea la cinta no puede escapar tampoco de la realidad. Al contrario, la arrincona, haciéndola más visible. Sobrevuela una sutil ironía a la clase alta polaca que busca también visibilizar el problema de la migración. La urbanización cerrada, idílica y silenciosa construye asimismo un discurso de la diferencia. Los ricos protegidos frente a la adversidad del mundo en un paraíso prefabricado que no les espanta del tedio de la vida. De ahí que la presencia de un extranjero exótico, bien vestido y educado, dispuesto a hacer más placenteras sus vidas, lejos de intimidarles, les estimula. Portando una camilla plegable, para masajes, sobre su hombro, su robustez se intensifica. Es como un gran mago que puede trasportar a sus clientes a otra dimensión, a través de la hipnosis. ¿Pero qué esconde esta misteriosa figura, si acaso esconde algo? ¿Qué pretende? Todas estas preguntas sobrevuelan inevitablemente el filme.

Llena de paradojas y situaciones tragicómicas que se desenvuelven con una apuesta por lo surreal, Nunca volverá a nevar guarda cierto parentesco con la dialéctica simbólica de Kornél Mundruczó, avivada por una observación irónica a la condición humana más propia de la cinematografía de Roy Andersson. La apuesta por una narrativa de amplitud emocional no busca entonces la respuesta sino la conjetura. Aunque esperemos impacientes un desenlace, no se produce. Sin embargo, esta decisión no perjudica el ritmo candente de una pieza que en lugar de ejecutar una resolución pre-planteada, entra en conceptos metafísicos que buscan esclarecer el origen del deseo en las sociedades contemporáneas. El cuerpo, ante este planteamiento, vuelve a ser el objetivo. Los esquemas sociales del triunfo siguen exigiéndole demasiado a nuestra materia corpórea, y ante estas exigencias, este reacciona pidiendo calma. Esa carencia es lo que cubre el personaje central de este relato.

¿Hacia dónde estamos dirigiéndonos? Esta es otra cuestión que los polacos Małgorzata Szumowska y Michał Engler buscan plantear, sin pretender declarar aforismos. El título, de hecho, es una constatación que viene a advertirnos de que el calentamiento global impedirá que volvamos a ver nevar. A pesar de los enigmas que fluctúan entre lo real y lo aparente, lo visible y lo invisible, Nunca volverá a nevar encuentra un fructífero diálogo que derriba las murallas que nos protegen de una alteridad fabricada. Y lo hace construyendo un caleidoscopio que investiga en las perspectivas y se pone en la distancia. Nada es seguro, todo depende del ángulo de visión. Lo único seguro es que necesitamos un componente mágico de realidad para sobrevivir.
 

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