Rosana G. Alonso
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Con ‘Los inocentes’ Guillermo Benet, en su primer largometraje, pone en jaque a una generación de jóvenes que se enfrenta a su propio sistema de creencias y sus debilidades intrínsecas

Los inocentes  | StyleFeelFree
Imagen de la película Los inocentes | StyleFeelFree

El formato funciona muy bien. Con una verticalidad que engaña a la vista y obliga al cerebro a reconstruir partes de las escenas, Los inocentes recrea un desafortunado incidente. Es de noche en Madrid y un grupo de jóvenes es desalojado de un centro social al que han acudido para presenciar un concierto. Lo que ocurre después es lo que marcará el devenir de una crónica no anunciada. Contrastada por la fragmentación de un relato que avanza muy lentamente pero se siente apresurado, con la tensión de aletargarse en un desenlace incierto. Es la visión subjetiva de cada uno de los amigos que participaron en unos altercados con la policía que acaban con un agente malherido, quizás muerto. ¿Quién es el culpable? ¿Cómo saldrán de esto ahora? Las prisas, las sospechas, las desconfianzas quedan, de esta suerte, al descubierto. Son las flaquezas de inciertos idealismos acorralados en su propio juego.

Partiendo de un corto previo, el largometraje se extenúa en la marcha, se precipita, se desfallece. Se agotan las posibilidades de una historia que sin embargo, apunta contextos, murmurando en los espacios al margen, entre líneas. Sobre la imposibilidad y/o los fracasos de las estrategias colectivas. Sobre la verdad y la mentira, y el estrecho margen entre ellas. Sobre la propia mentira. No sabiendo ni siquiera hasta dónde, nosotros mismos, podemos llegar o el alcance de unas acciones sujetas a los tejidos sociales. Los hijos del 15-M se ven así enfrentados a dilemas éticos y morales que los colocan en el lado que no quisieran estar. La estructura narrativa, en este sentido, se ve focalizada en su propia distorsión, escabulléndose de una versión oficial de los hechos que no cuestionaría nada.

Y entonces bajo las sombras, las luces, los encuadres, Los inocentes se erigen culpables, y los culpables inocentes. Es el retrato de una generación a la que apenas habíamos escuchado y que tiene que armar, en poco tiempo, su propio relato. Para escabullirse de sus acciones. Para no responsabilizarse de sus conductas. Para desmontar unas teorías que ahora coloca a los mártires del sistema como verdugos del mismo. En la hipótesis argumental se demuestra, por consiguiente, que lejos de las causas nobles sobre el papel, la realidad a veces nos supera porque tiene sus propias dinámicas. El desenlace abre un camino para reflexionar sobre los improbables y los puntos ciegos de la narración.
 

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