Rosana G. Alonso
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Tratando de ser más comedido que en la desafiante ‘Winter Brothers’, Hlynur Pálmason en ‘Un blanco, blanco día’ vuelve a hacer un estudio de la masculinidad más corrosiva

Título película | StyleFeelFree
Imagen de Un blanco, blanco día | StyleFeelFree

Posiblemente la brumosidad no deje ver el blanco puro que insinúa el título del segundo largometraje del islandés asentado en Dinamarca Hlynur Pálmason. Un blanco, blanco día está visiblemente empañada por la tensión emocional que invade al personaje que interpreta Ingvar Sigurdsson, un oficial de policía en la costa este de Islandia, que busca superar su vida emocional interior, tras la muerte de su esposa, construyendo una casa para la familia que ha formado su hija. Desde las sorprendentes tomas iniciales, sabemos que la película está repleta de incógnitas y que el resplandor blanco que anuncia una certeza o un momento de liberación, aunque sea visible de forma velada en el paisaje, se hará esperar.

Precisamente con un blanco arrollador de nieve y polvo de caliza, el cineasta debutó con la apoteósica Winter Brothers, una inquebrantable y absorbente pieza fílmica, con una fotografía y sonido abrumadores, que abrió en canal la experiencia de la masculinidad hipertrofiada, a la que también nos remite el israelí Nadav Lapid que recientemente estrenó Sinónimos. Ahora, con su nuevo proyecto, Hlynur Pálmason vuelve a sumergirse en la misma insondable marisma, tratando de deducir el efecto de las fricciones sociales que condicionan modelos de virilidad herméticos, aislados en su inoperancia emocional.

Para este estudio no puede haber héroes, aunque en alguna medida puedan parecerlo por su robustez física. Pálmason dibuja personajes infranqueables que analizan las fracturas emocionales, en escenarios insólitos. Tal parece que, a través de estas atmósferas fantasmagóricas, pudiésemos aspirar, en cierto modo, el malestar anímico que invade al protagonista. En una ubicación remota, Ingimundur, mientras busca la forma de aceptar la pérdida de su esposa, descubre que su matrimonio no era tan idílico como él pensaba. A partir de este momento, el argumento empieza a solidificarse transformándose en una cinta de venganza que afortunadamente no se estanca en el subgénero. Hay un interés en enmarcar cada toma, experimentar con el ángulo, y elegir meticulosamente a los personajes secundarios, como la formidable Ída Mekkín Hlynsdóttir que sirve para confrontar la propia realidad, suavizándola. Finalmente, el blanco del título se manifiesta en un haz de luz que disipa la oscuridad.
 

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