Rosana G. Alonso
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Jessica Hausner, en ‘Little Joe’ , recurre a efectistas trucos narrativos y visuales, tras los cuales se atisba una perturbadora atmósfera que sobrepasa los límites de la ficción

Little Joe | StyleFeelFree
Imagen de Little Joe | StyleFeelFree

La nueva película de Jessica Hausner, después del asombroso poema visual que nos regaló con Amour Fou, llega en un momento que permite posiblemente más lecturas de las que la propia realizadora imaginó. Little Joe nos descubre personajes y escenarios asépticos que parecen descodificar nuestra realidad más acuciante. Los protagonistas de este thriller se enfrentan al poderoso y nocivo aroma que exhala una exuberante planta modificada genéticamente. Una vez que sus víctimas han sido expuestas a su potente fragancia, quedarán desprovistas de toda emoción, sea buena o mala. Esta dinámica puede resultarnos familiar, no solo porque actualmente tengamos que protegernos del covid-19, sino porque vivimos en sociedades repletas de mecanismos para anestesiarnos. Y precisamente ahora, el escenario que deja el coronavirus nos ofrece espacios, como mínimo, turbadores, que alimentan nuestra imaginación.

Lo cierto es que manejamos una ingente cantidad de datos que nos dejan más incertidumbres que certezas, mientras vivimos rodeados de anuncios que nos prometen la anhelada felicidad. En este punto de la ecuación, Little Joe se descubre como una película que, sin cuestionar explícitamente, metamorfosea los entornos, guardando evidentes puntos en común con cintas del género de terror recientes. Se puede ver, de hecho, cierto paralelismo entre el personaje que caracterizó James Quinn Markey en Bosque maldito con el que interpreta Kit Connor, un niño que en Little Joe se transforma, a los ojos de su madre, en un ser amenazador.

Aunque la dinámica aquí no es precisamente terrorífica, todos los elementos artísticos están perfectamente conjugados. Como en el resto del repertorio artístico de Hausner hay un buen trabajo en equipo. La producción, la fotografía y el vestuario, en este sentido, se apoyan mutuamente, logrando un equilibrio y belleza exultantes que impulsan a una hipnótica banda sonora que recurre al álbum Watermill, del japonés Teijo Ito, utilizada también en la filmografía de Maya Deren. Se logra así un tono inquietante, de peligro, que acecha los contextos más cercanos, hasta infiltrarse en la propia estructura familiar.

A pesar de los pararelismos que incluso nos llevarían tras los pasos de obras cinematográficas claves, de la pasada década, que indagaron en una realidad mágica y velada, la austríaca, tras una estructuración muy meditada para atraer a un público más generalista que en sus anteriores obras, esconde un as en la manga. Esta carta, que no está al alcance de todas las miradas, podría perfectamente remitirnos a un universo femenino que cuestiona la maternidad y la masculinidad avasalladora, alcanzando a señalar con el dedo a un poder omnipotente, que busca supeditarnos a modelos sociales que coartan, de forma invisible, nuestras libertades. Desde este punto de vista, Little Joe nos embriaga con su renovado aroma a presente distópico, que reconocemos en nuestra nueva normalidad.
 

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