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El paseo por la Feria de Arte ARCO 2018 que proponemos rescata el potencial de las obras influenciadas por arquitecturas en proceso, soñadas, fragmentadas o expandidas
Todo se puede encaminar hacia un objetivo específico. Sean los cuerpos, las ideas, los espacios. Pero el artista que observa, advierte del cambio perpetuo. Por eso, en lugar de encaminarse a formas específicas, imagina proyectos que inevitablemente están en proceso. Inacabados, desarmados, desprogramados. Son lugares o materias en continua transformación. En ellos un simple movimiento los vuelve a activar, a incentivar. Diagramas inventados, reinventados. Improvisados. Estructuras que se reestructuran una y otra vez dando lugar a nuevas ideas, puesto que reconocen la plasticidad de los modelos sociales. Tan dúctiles como férreos en su voluntad de coexistir con entornos amenazantes. Y dúctiles han se seguir —la advertencia de peligro es evidente— para activar el intercambio, la acción, la comunicación.
Lo que prima en estas obras no es la invención sino la intención, no es la articulación de un lenguaje, sino el deseo de dejarlo libre para no aferrarse a una silueta precisa, a un molde, a un propósito. Son arquitecturas que se expanden en los propios modelos arquitectónicos. Son arquitecturas soñadas. Quiméricas o no. Todo es posible mientras sigue siendo orgánico. Por otra parte, son arquitecturas que reparan en el recoveco, en los ángulos muertos, en la economía de la acción que pretende una interacción, una activación. Que devuelva la posibilidad de ser, en espacios intervenidos.
Los materiales están aquí para imaginar, para reflexionar sobre las condiciones de vida que aún permiten una existencia maleable. Antes de que sea tarde, antes de que el espacio esté repleto de figuras totalizadoras que nos impidan participar en nuestros cotidianos, moldear nuestras trayectorias, nuestros hábitos que invitan al otro a continuar con la acción inacabada en una cadena vital de afectividad y compromiso con la naturaleza y el tiempo.