La obra más contundente de Lee Lozano es su trayectoria al completo, incisiva y sin fisuras, que ahora puede verse en el Museo Reina Sofía. Una práctica artística en 3 actos vitales y un epílogo abierto y experimental, todavía operante

En 2010 el Moderna Museet de Estocolmo dedicó una retrospectiva a Lee Lozano (1930, Nueva Jersey – 1999, Texas. EEUU) poco después de la que le brindó la galería Hauser & Wirth. Aquella abrió al público a través de una de sus obras más emblemáticas, que también se puede ver en la retrospectiva que ahora cobija el Museo Reina Sofía de Madrid. Un trabajo de iniciación, fechado en 1962, cuando hay constancia de las primeras obras de la artista estadounidense, en el que podemos apreciar una perversa boca de labios garabateados en rojo que sujetan un puro, referente fálico en la obra de Lozano, adornado de sortijas y escoltado por una dentadura de dientes desencajados y manchados, coronados por dos colmillos de vampiro. Por si había alguna duda sobre su intencionalidad, el dibujo lleva inscrito una pequeña anotación: she bites (ella muerde).

El poco tiempo que Lee Lozano se dedicó de lleno, públicamente, al arte, fue en torno a una década. Comenzó en los sesenta y a principios de los setenta se retiró voluntariamente de escena, como si con ello planificara el más asombroso de sus experimentos. Pero en el breve período en activo logró empatar una trayectoria tan brutal, fiera (en toda la dimensión del término, no como mera etiqueta fauve ), dinámica, congruente y encomiable en conjunto, que es sorprendente como la escena del arte se olvidó durante décadas de una artista de incisivos mordiscos a la realidad de su tiempo. Una creadora de recursos que succionó la energía vital de los sesenta a través de una participación física que la implicó con conciencia político-femenina , aunque aborreciese las ideologías, para anticiparse a un futuro en ciernes que desveló por medio de un silencio que probó una hipótesis llena de rabia. No hay constancia de ella. En realidad no existe dicha hipótesis pero se puede intuir. Sus boicots y huelgas a los instrumentos e intérpretes del arte y a sus congéneres, a modo de proyectos artísticos, anunciaban ya la que fue su huelga indefinida, su proyecto más ambicioso, con el que demostró así su descontento total con el mundo-arte, sus instituciones y patrañas; anticipando que supuestamente si caía, aunque fuese desde lo más alto, nadie iba a percatarse, y mucho menos, socorrerla. Desaparecería de escena como si sus intervenciones no hubiesen existido nunca. Cuando curiosamente ya era una artista consagrada, lo que también le permitía probar el alcance de su experimento, que en 1970 había conseguido presentar su Wave series  en el Whitney Museum of American Art, tal como había imaginado.
 

Lee Lozano | StyleFeelFree
Obra: © Lee Lozano, 1962 | Foto: © StyleFeelFree en el Museo Reina Sofía

La libertad y el precio de su compromiso individual

No volvió a saberse prácticamente nada de Lee Lozano desde 1972 hasta después de su muerte a las puertas del siglo XXI. El único cauce de llegar ahora a ella es su obra-vida , teniendo en cuenta que nadie volvió a pronunciar su nombre, salvo tímidamente en una exposición colectiva en la galería Jack Shaiman de Nueva York en 1980 y luego, un año antes de su adiós definitivo, cuando la escena de Nueva York volvió a recuperar su figura. Murió con sesenta y ocho años víctima de un cáncer de cuello uterino, según confirmó el New York Times. Con poco más de cuarenta años había emprendido su mayor experimento, el de la renuncia total que la condenó al ostracismo. Esta obra, la más difícil, que engloba todo su trabajo, confirió un sentido de obra absoluta y magistral a una trayectoria que permanece sin encajar del todo porque sus desplantes siguen siendo más sonados que sus entregas, en una sociedad que secunda, sin reparar en atenciones, en detalles, el heroísmo de manual o de fingido consenso para un bien engañosamente común. La displicencia hacia cualquier tipo de sistema, le generó cierta controversia, como su poco entendible boicot a las mujeres o su rechazo a un feminismo que comenzaba a dar sus primeros puntapiés. Aunque es presumible que presentía este feminismo como impostado y dudosamente efectivo. A su parecer, cualquier colectivo fraccionado de un todo que ansiaba, exigía sometimiento. “Solo estoy dispuesta a participar en una revolución total que sea al mismo tiempo personal y pública”, escribió. Una afirmación que solo se puede entender con la explicación que dio. “No puede haber una revolución artística separada de una revolución científica, de una revolución política, de una revolución educativa, de una revolución de las drogas, de una revolución sexual o de una revolución personal”.

Visto lo circunstante, se podría concluir que Lee Lozano era una pro-revolucionaria total, anarquista de todos los sistemas. Su obra en sí es un alegato a la libertad y al desapego, luego no necesitaba de términos reduccionistas que la definieran. En otra de sus libretas hizo una lista de Instituciones en las que no creía: el onanismo, la dominación, la esclavitud, la competición, la victoria, el matrimonio, la familia, la paternidad, el patriarcado, el matriarcado, la posesión, la seguridad, el alimento, Dios, la heredarquía (término que inventó y que tenía mucha relación con el nepotismo). Eligió puntos de fuga por los que salirse y que la llevaron a la realización de obras troqueladas o perforadas como en Punch, Peek and Feel  [Perforar, atisbar y palpar, 1967-1970]. En realidad, prefirió hacer dirigiendo sus propios tinglados y experimentos artístico-vitales. Y se apuró en hacerlo. En 12 años que expresan más de lo que muestran.

La obra de Lozano es tremendamente explícita pero también implícita. Sin embargo, ante su manifiesta rotundidad gráfica, el ojo que no escruta solo verá pollas, coños, tetas, huevos y anotaciones varias repletas de trivialidades que recurren a ciencias deslegitimadas en gran parte por la ciencia, como la astrología; o datos incircunstanciales que emiten estados de ánimo que indagan en lo psicológico. Tras estas señas de identidad se esconde una obra maestra ejecutada con un guion que no deja nada al azar, y que la sitúa como una artista independiente que compendió e investigó tanto como practicó, para desnudar lo social desde la intervención micropolítica que denuncia la realidad.

Observando estos contextos, que dan un nuevo sentido a su producción, no puedo concebir una carrera artística más pródiga, como una obra dramática en tres actos [presentación del conflicto, desarrollo y clímax] que concluye con un desenlace o epílogo abierto en el que quedan muchas incógnitas por resolver, acaso porque su rastro se perdió entre la niebla. Y que invitan a entrar nuevamente en un universo poblado de imágenes del subconsciente que anunciaban ya nuestro presente, agónico del exceso, enfermo de fórmulas presentadas con una falsa filantropía que Lee Lozano destapó.

Acto 1: sátira del placer

Lee Lozano en el Museo Reina Sofía | StyleFeelFree
Obra de Lee Lozano, 1962-1963 | Foto: © StyleFeelFree en el Museo Reina Sofía

Los años sesenta en los EEUU están marcados por el arte Pop, entendido como un movimiento que encontró su distintividad en la cultura popular, que empezaba a estar dominada por la publicidad. No obstante, hay importantes matices entre los trabajos de Andy Warhol, Roy Lichtenstein, Robert Rauschenberg o Jasper Johns, entre otros. Este último, amigo de la artista, con quien llevó a cabo una de sus Pieces  [Piezas], la serie de obras conceptuales que realizó poco antes de dar por finiquitada su aportación visible al arte.

Como artista de su tiempo Lee Lozano, que en 1960 era una recién graduada del Art Institute de Chicago, estuvo marcada por esta corriente pop pero en su caso, su sesgo es bastante más punzante y agresivo. Al fin y al cabo, más puramente pop, aunque contrariamente, desprovisto de eufemismos. Más tendente a mirar hacia las consecuencias de esa popularización que acabaría por explicar la demoledora economía neoliberal a la que estamos sometidos actualmente. Lee Lozano miró de frente y también se vio reflejada en el espejo. En este espejo encontró rostros y cuerpos henchidos de placer, rotos por el éxtasis del consumo, descomunales cabezas de polla dominando un mundo a su medida, mujeres hambrientas e insatisfechas, besadores de culos. Violencia verbal, física y emocional. Afán de conquista y posesividad.

En tanto que, en síntesis, Lee Lozano es vista como una artista franca, de una figuración llana y sin contemplación, no se quedó meramente en la evidencia de lo expreso. Estableció relaciones entre la sexualidad y el sistema de trabajo, dibujando, ya en los primeros sesenta, herramientas mecánicas que asociaba con los miembros sexuales, identificando así al sexo con una mercancía de valor que boicoteaba el sistema de trabajo impuesto. El sexo, tal que vehículo de gratificación, en una década en la que la revolución sexual era determinante para la emancipación de la mujer, no dejaba de ser además un tema focal que conseguía que la creación artística, participada por mujeres, fuese tremendamente visible, permutando la idea preconcebida de lo femenino. Las mujeres artistas ya desde la década de los cuarenta, comenzaron a ser sugerentemente explícitas. Tal es el caso de la italiana Carol Rama y más adelante, la austríaca Maria Lassnig. Otro ejemplo es Nancy Spero, asociada a la Monster Roster, Yayoi Kusama, y la misma Lee Lozano, en los sesenta . Intentos aparte, los consumaron en adelante, mostrando el cuerpo desde la performance,  Carolee Schneemann o Marina Abramovic. Posteriormente, artistas más jóvenes como Anne Marie-Schneider, que recientemente estuvo representada también con una exposición en el Museo Reina Sofía, siguió desafiando los límites de la propia cognición corpórea. Hay en todos estos casos una conciencia física que como en Lygia Clark, que en 1968 presentó su instalación La casa es el cuerpo. Penetración, ovulación, germinación, expulsión  [A casa é o corpo: penetração, ovulação, germinação, expulsão], en el marco de la Bienal de Venecia representando a Brasil, una responsabilidad de entender el cuerpo como un lugar holístico, recíproco con la confrontación y la liberación.

Por ello, lo importante de todo esto, en el caso de Lee Lozano, es reconocer que detrás de lo puramente formal subsiste toda una revolución política que no ha sido suficientemente sometida a un estudio riguroso y que lleva a que muchas veces la sexualidad temática cobre una importancia desmedida, según quién sea el receptor, por lo propiamente formal, que continúa percibiéndose con un sentido de impudicia, incluso en nuestra sociedad. El cuerpo sexualizado sigue por ello siendo determinante en el discurso femenino porque es un cuerpo cuestionado, de lucha y de conquista, pero también de independencia. Un cuerpo, por otra parte, del placer, y contrariamente, o análogamente, del dolor. No solo de la entrega, sino de la renuncia, que busca un lugar propio en un sistema que dicta pautas morales de comportamiento, no necesariamente centradas en la inhibición, sino en muchos casos, a la inversa. La necesidad de sentirse libre, no me cabe ninguna duda, es una cuestión de peso en el discurso femenino.

Y Lee Lozano, siempre lo tuvo presente. La incorporación de aviones hacia 1962, que fueron interpretados como metáforas que representan la circulación de las ideas y la energía de la actividad creativa, también se pueden asociar a esa necesidad de libertad total, de moverse, de anticiparse, de poder ponerle alas a la mente y al cuerpo. La artista norteamericana siempre trató de captar la energía de lo físico, lo que la llevó a una fase posterior más conceptual , donde su trabajo encontraría el reconocimiento en la abstracción y el minimalismo.

Acto 2: el método

Switch | Forzar la máquina en el Museo Reina Sofía | StyleFeelFree
Obra: Switch de © Lee Lozano, 1968-1969 | Foto: © StyleFeelFree en el Museo Reina Sofía

Desligándose completamente de su trabajo anterior, a mediados de los sesenta Lee Lozano abre la que será una etapa en la abstracción y el minimalismo. Durante este periodo emprende sus obras formalmente más ambiciosas y de más fácil adhesión a un mercado artístico que podía asentir más expeditamente ante la excelencia de una ejecución prodigiosa en la plasmación de herramientas metálicas materializadas en grandes formatos y ángulos difíciles, con sugerentes superficies que evocan la madera que a menudo Carl Andre, relacionado con la artista, utilizaba en sus piezas escultóricas. Al respecto de este cambio de rumbo, Teresa Velázquez, jefa del departamento de exposiciones del Museo Reina Sofía y comisaria junto al director del mismo museo, Manuel Borja-Villel, considera que “en un medio dominantemente masculino como la pintura, los motivos que centran ahora su atención (cabezas de destornillador, tuercas, grapadoras, martillos, etc) comparten con la industria un léxico específico (productividad, agresividad y vigor varonil) que apunta a un viraje en la estrategia de la artista y en su adopción de ciertos códigos”. De hecho, en estas obras de madurez artística se comprueba una intencionalidad más evidente por destacar a través de un método que se vuelve preciso y que contrasta con los trazos rebeldes y brutos de su periodo predecesor. Sin embargo, solo rompe formalmente con sus anteriores trabajos. Se mantiene investigando los mismos temas que vuelven sobre cierta alienación, sobre el cuerpo cosificado, el cuerpo máquina que puede servir tanto para el trabajo productivo como improductivo. Como señala Jo Applin en el catálogo de la exposición en el Reina Sofía “está claro que estas pinturas versan sobre el trabajo y sobre las tareas corporales, pero también sobre otros tipos de trabajo, un trabajo que es improductivo, no generativo: un tipo de trabajo que en realidad es inútil”.

Prueba superada. La ejecución de un diálogo no fácilmente reconocible en su primera toma de contacto con el arte, ahora se hace evidencia. El método autoimpuesto de Lee Lozano dejaba clara su capacidad no únicamente intelectual , sobreentendida en la aguda ironía manifiesta en todas sus caprichosas  composiciones, sino también su capacidad de superación y una ambición a la que acabará por renunciar cuando según Borja-Villel, no le quedaba otra salida “en un momento en el que el poder se ha interiorizado y nada escapa a la lógica del capital”  por lo que “lo único que puede hacer es salirse, por completo, del sistema”, argumenta el director del Reina. En tanto que por otra parte, su tercer asalto en el combate, probablemente la había dejado rota cuando como bien manifiesta el título de esta muestra, Forzar la máquina, ya había forzado la maquinaria hasta las últimas consecuencias, no necesariamente productivas. A pesar de lo mucho que había conseguido, necesitaba un respiro más sosegado que la desenganchara del malestar asociado a una dinámica del triunfo, del placer, del logro y de la posesividad, temas candentes en su obra hasta la fecha, que la llevarían al estadio final en su trabajo creativo. El de las pruebas y el diálogo consigo misma y con los demás, para encontrar respuestas.

Acto 3: la experiencia

Igual que en sus anteriores episodios, el último está marcado de proezas hirientemente insumisas, como sus conocidos boicots que no tenían más interés que probar el binomio placer-abstinencia. El placer ya lo había experimentado. Su última etapa está entonces marcada por la búsqueda interna y la abstinencia, más dura aún, o más liviana, según se mire, cuando viene precedida del exceso. Por sus intentos de comunicarse, y al mismo tiempo, de aislarse. Pero antes de su último ciclo artístico quizás la serie Wave Series, que comenzó en 1967, pueda ser entendida como un intento de reconciliarse consigo misma, y así poder reconciliarse con los demás. Las Wave Series  [serie de ondas] son un conjunto de once pinturas que significaron otras tantas sesiones, en las que se representaron ondas electromagnéticas compuestas por numerosos riachuelos diminutos de pintura aplicada minuciosamente con peines de acero y cepillos de alambre duro. Estas parecían buscar un último aliento, una última oportunidad de encontrar la luz en una oscuridad que no le dejaba avanzar a su paso. O tal vez este trabajo fuese la antesala hacia una búsqueda de la verdad total que solo podía vislumbrarse con la renuncia y evitando los lazos emocionales.

Lee Lozano | StyleFeelFree
Obra de Lee Lozano, 1962-1963 | Foto: © StyleFeelFree en el Museo Reina Sofía

Al mismo tiempo que estaba inmiscuida en estas pesquisas, comenzó con sus cuadernos privados, escritos entre 1968 y 1972. Estos le llevaron a su renuncia cabal y absoluta. De ahí que sea preciso prestarles una especial atención, tanto como a sus piezas  que quedaron registradas también en el papel, hasta su Dropout Piece  [Pieza de la deserción, 1970-1972]. Según aseguran los estudiosos de Lee Lozano hay una intención de entregarse a una desmaterialización del arte que se fraguó con su contacto con Dan Graham y otros artistas neoyorquinos que iban por esta senda. De igual forma, existe una lectura de estas obras que nos lleva a entender que Lee Lozano lo que pretendía era psicoanalizarse a sí misma, y a través de ella, psicoanalizar las situaciones que determinaban su proceder en un espacio no solo íntimo, sino colectivo, público, político. Como recoge Jo Applin en su análisis sobre la obra de Lozano, la artista anotó el título de la novela de ciencia ficción La ciudad de las cuatro puertas de Doris Lessning. La obra de la escritora británica es una desesperanzada alegoría al mundo futuro. Nuestra Tierra (aquí el planeta Shikasta) se encuentra en esta novela sumida en una gran hecatombe que trae consigo la misma magnitud de confusión. Posiblemente en el mismo estado caótico se encontraba Lee Lozano cuando decidió abandonarlo todo como lanzando un último grito de guerra que nadie oyó, lo que confirma su hipótesis en un momento, el nuestro, en el que como anticipa Jo Applin “las cuestiones relacionadas con el feminismo y la participación, y la intersección del arte y la política siguen acaparando el arte moderno y contemporáneo”. ¿La confirmación? Bajo mi punto de vista, lo que corroboró Lozano es que efectivamente el feminismo se hace haciendo y se confirma su necesariedad en silencio. El verbo, los verbos, las acciones que Lee Lozano realizó dieron sentido al sustantivo.

Epílogo: del verbo al sustantivo

Y punto final. Una artista que prosigue siendo tan polémica, o quizá, incluso hoy más que ayer, a pesar de que algunas mujeres empiezan a tener más visibilidad, dio contenido al sustantivo vaciando la acción del verbo. Esto se puede comprobar fácilmente recorriendo las salas de la exposición Lee Lozano. Forzar la máquina. Las primeras habitaciones son de rápido contacto visual. Las finales, donde aguardan sus piezas lingüísticas, el germen de su arte, exigen una atención desprovista de una mirada que entiende de jerarquías que van desde lo banal a lo elevado. Chocantemente, cuando estas fronteras empiezan a derrumbarse para algunos, ya que son detonantes de un cambio de mirada donde se encuentra el discurso contemporáneo, otros se empeñan en darles argamasa para que las dicotomías operantes refuercen un mundo que es más fácil dominar si está dividido.
 
Lee Lozano | StyleFeelFree

Obra: © Lee Lozano, 1962 | Foto: © StyleFeelFree en el Museo Reina Sofía

Lean | Forzar la máquina | StyleFeelFree

Obra: Lean de © Lee Lozano, 1966 | Foto: © StyleFeelFree en el Museo Reina Sofía

DATOS DE INTERÉS
Título: «Lee Lozano. Forzar la máquina»
Artista: Lee Lozano
Comisariado: Manuel Borja-Villel y Teresa Velázquez
Coordinación: Gemma Bayón
Lugar: Museo Reina Sofía (Madrid)
Fechas: 30 de mayo de 2017 – 25 de septiembre de 2017