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Como constatan las exposiciones sobre la obra de Kerry James Marshall, que se celebran simultáneamente en el Palacio de Velázquez y en la Fundación Tàpies, la negritud, en la era Obama, empieza a tener relevancia
Desde los años sesenta en que figuras como Medgar Evers de la NAACP o Malcolm X fueran asesinadas, hasta 2008 en que Barack Obama ganara las elecciones generales en EEUU, la velocidad en que se han precipitado y transformado, aunque solo sea aparentemente, las condiciones predominantemente de la cultura negra, en el que sigue siendo el estado más poderoso del mundo, ha sido imparable.
No obstante, en una economía de libre mercado como la americana, la visibilidad de la negritud propiciada por movimientos como Black panther o Nation of Islam que lucharon por sus derechos civiles, fue desde los años ochenta aprovechada con intereses puramente económicos. Así, precisamente en la década de los ochenta, la cultura negra se empezó a comercializar con el ascenso del rap y la popularización de personalidades como Mike Tyson, Michael Jordan, Michael Jackson o Arsenio Hall. Y entonces llegaron los 90s y la idea de blackness cuajó definitivamente. ¿Pero de qué forma? ¿A costa de qué? Ya lo avanzaba Chuck D en Fight The Power al denunciar que «una vez que las imágenes negras comenzaron a infiltrarse masivamente en la sociedad blanca a través de las celebridades y los jóvenes blancos empezaron a imitar a los negros, no sólo desde el punto de vista físico, sino mental y culturalmente, empezó el gran problema». La visibilidad cultural comenzó ahí, es importante recordarlo porque ya desde entonces y antes, existían otros agitadores de lo cultural invisibilizados por el poder mediático, que estaban pugnando por hacer creíble otra esfera de la comunidad negra en los EEUU más coherente y de denuncia. Entre ellos Kerry James Marshall (Alabama, 1955) que ahora expone su obra en el Palacio de Velázquez de Madrid y la Fundación Tàpies de Barcelona después de pasar por Amberes y Copenhague.
Sin embargo, tuvo que llegar Obama al poder sustentado por la percepción más ampulosa de negritud —posiblemente esa propagación de lo negro que llevaba abriéndose paso en el mercado desde hace más de dos décadas mostrando el aspecto más exhibicionista de negritud, también haya tenido algo que ver con la proclamación del primer presidente negro de los EEUU— para que resurja una visibilidad de la cultura negra y sus problemáticas sociales desde un enfoque que obvia precisamente ese exhibicionismo basado en la riqueza, el poder o la fuerza. El trabajo de K.J. Marshall se centra justamente en las diferencias raciales, la identidad de género y los conflictos políticos y sociales de la población afroamericana. Ahí está, ahora, y no por ello debe obviarse su extraordinario trabajo de gran carga política y sociológica además de que cuestiona esa triplicidad existente entre legitimación, poder y marginalidad que paradójicamente, es la misma que ha decidido que su obra sea relevante en el momento actual. Con todo, y obviando sus argumentos de peso, sólo por su estética, merece la pena acercarse a ver sus deleitables composiciones con su mezcolanza de recursos propios de su particular y personal visión. Con sus elementos kitsch, su amalgama de recursos y motivaciones, y esa forma de narrar desde lo personal, las realidades existenciales negras en donde los héroes caídos, ángeles de un cielo que no se debe a religiosidades impuestas, son más negros que una noche sin luna.
La exposición Pintura y otras cosas de Kerry James Marshall puede verse en el Palacio de Velázquez (parque de El Retiro) y en Fundació Antoni Tàpies (Barcelona) hasta el 26 de octubre.