Bruce Davidson. Lo personal, lo compartido, lo humano 

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Rosana G. Alonso

Alma mater de SFF. Librepensadora observando las dinámicas sociales y culturales desde una perspectiva feminista que se abre a lxs otrxs

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La sede de Barcelona de la Fundación Mapfre presenta un extenso recorrido por más de cincuenta años de trabajo del fotógrafo Bruce Davidson

Un recorrido a lo largo de toda una carrera. La exposición retrospectiva sobre la obra del fotógrafo estadounidense Bruce Davidson (EEUU, 1933) ya puede verse en Casa Garriga i Nogués, la sede que Fundación Mapfre tiene habilitada en Barcelona para sus exposiciones. Su obra, caracterizada por una visión personal de la realidad manifestada en una reiteración de temas de calado humanista, es su seña de identidad. La muestra que en Septiembre llegará a Madrid, para después iniciar una itinerancia internacional, está organizada en series que descubren una trayectoria volcada en lo íntimo. Davidson, incluso en los temas más conflictivos, se ganó la confianza de las personas retratadas, lo que es visible en todas sus capturas. Su obra, reflejo además de un compromiso ético, revela su interés por las duras realidades y los entornos precarios en los que se desenvuelve la existencia humana.

Este viaje en el tiempo comienza en los años cincuenta. En 1955 emprende su proyecto personal cuando se cruza con un hombre de nombre John Wall a quien pidió retratar y quien junto a su esposa Kate, acogió a Davidson en su casa desde ese momento. El resultado de esta experiencia evidencia ya un estilo particular dotado de una cotidianidad narrativa que desvela el devenir de los días a través de los pequeños hechos que se repiten monótonamente, en un espacio atemporal y melancólico, que definiría sus primeros años de trabajo. De este proceder también participan los retratos a Madame Margaret Fauché, viuda de un pintor impresionista poco conocido, con quien entabló amistad cuando el fotógrafo se encontraba en París a donde fue destinado a un campamento militar aliado en 1956.

Dos años después a su estancia en Paris, y recién incorporado a la agencia Magnum, Bruce Davidson realizó una de sus principales series hasta el momento. Un repertorio fotográfico que trasciende la documentación aunque son tomas realizadas en un circo, el Clyde Beatty. Esto se debe a que lejos de centrarse en la vistosidad y las proezas de sus protagonistas, se enfoca en las actividades cotidianas que realizan los artistas, entre los que destaca la vida de Jimy Armstrong, un payaso enano a quien fotografió generando un clima de respeto y humanidad a pesar del sentimiento de soledad y aislamiento que se desprende de su figura.

Cerrando los años cincuenta, en 1959 se ganó la confianza de unas bandas callejeras de Brooklyn de quienes supo por la prensa. La serie es un retrato que descubre los problemas de abuso y abandono en los que se encuentran los adolescentes integrantes de estas bandas en un barrio marginal. De aquí y hasta mediados de los años sesenta, Bruce Davidson empieza a viajar comenzando en 1960 en UK donde sus escenas callejeras guardan conexiones con la obra de Henri Cartier-Bresson. Entremedio, también capta la agitada lucha por los derechos civiles en EEUU. Y en adelante, en 1966-1968, comienza su proyecto más conocido, una serie, Calle 100 Este (East 100Th Street), que expuso al año siguiente de finalizarla en el MoMA. Aquí retrató el Spanish Harlem involucrándose de lleno en el tema, enlazando de esta manera con las intenciones reformistas y sociales del fotógrafo Lewis Hine.

Sus siguientes proyectos siguen las líneas precedentes. En todas se van superponiendo las historias personales y las tristezas compartidas, creando un ambiente denso, como detenido en el tiempo. Así ocurre en Cafetería Garden, fotografías realizadas entre 1973-1976. Posteriormente, retrata el metro de Nueva York en 1980 y vuelve a Central Park en los noventa. Su última serie, que comienza a principios del siglo XXI, está centrada en la naturaleza. En las dos últimas décadas de su trabajo, lo social va cediendo a los espacios urbanos. Es un momento para dejar descansar la vista emocionalmente y encontrar significado en los pequeños detalles.