Rosana G. Alonso
Últimas entradas de Rosana G. Alonso (ver todo)

Con la noble intención de dignificar al pueblo kuna y reflexionar sobre el ejercicio documental Andrés Peyrot, en ‘God is a Woman’, sigue el rastro de la película homónima del oscarizado Pierre Gaisseau

God is a Woman | Película | Venecia 2023 | StyleFeelFree. SFF magazine
Imagen de la película God is a Woman | StyleFeelFree. SFF magazine

Con la película Le Ciel et la boue (Sky Above and Mud Beneath), el realizador francés Pierre-Dominique Gaisseau ganó el Oscar a Mejor Película Documental. Corría el año 1962 y ya era célebre como cineasta, periodista y aventurero. Así se puede ver en el material de archivo que recoge God is a Woman, la película de Andres Peyrot que sigue el rastro de la cinta homónima de Gaisseau, durante mucho tiempo en paradero desconocido. Avanzando convenientemente, evitando desvelar precipitadamente todas las cuestiones que la cinta despierta y que la convierten en un hallazgo inesperado sobre el poder de la imagen fílmica, el suizo-panameño, que inaugura la sección de la Semana Internacional de la Crítica del Festival de Venecia, expande el ejercicio metafílmico investigando en sus adyacentes. Esto es, la película, supuestamente extraviada, de Dominique Gaisseau, se convierte en una excusa para reflexionar sobre muchas cuestiones.

Para empezar, God is a Woman, la película de la película, como ensayo que rastrea los vestigios de una obra precedente, asume su labor biográfica. Por eso, comienza presentado a Dominique Gaisseau, siguiendo sus pasos. Estos lo llevaron a las Islas San Blas, frente a la costa caribeña de Panamá, tras el éxito de Le ciel et la boue. Tenía el propósito de hacer un documental sobre el pueblo Kuna que habita estas tierras centrándose en sus tradiciones milenarias. Creía, y de ahí el título de la película, que la sociedad de esta región era absolutamente matriarcal y que las mujeres tenían todo el poder. Algo que la pieza documental de Peyrot desmiente. En sí, desmiente uno a uno varios mitos. Y ello se convierte en un análisis sobre el poder de la imagen, sus mitologías adheridas, y la relevancia del espectador al apoderarse de ellas para subvertir su objetivo.

Ninguna de las intenciones del filme se descubre tempranamente. Pero cuando lo hace, revela escenas muy emotivas que ponen de manifiesto al arte como un bien común que deja de pertenecer al artista eclipsado por su labor. Entonces, una vez que el autor ha desaparecido, quedan de relieve los protagonistas de la cinta, retratados como sus legítimos creadores al hacer de God is a Woman un manifiesto identitario. Retrato también generacional de los kuna y su inevitable modernización, asistimos a un duelo entre la verdad, la mentira y las tácticas manipuladoras para obtener una verdad falseada que ni siquiera Peyrot puede sortear al adentrarse en la dramatización que exige su proyecto. No obstante, lo hace con el noble empeño de dignificar al pueblo kuna. Por doble partida, construye una inédita cartografía, de notable belleza en los detalles que la salpican, que sirve como bastión contra el olvido y la capitalización.