Rosana G. Alonso
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Fijando la mirada en la historia queer no contada de Boston, ‘Playland’ resignifica un lugar creando pasajes de ensueño tensionados por la propia historiografía

Playland | StyleFeelFree. SFF magazine
Imagen de la película Playland | StyleFeelFree. SFF magazine

En 1960 el distrito de Downtown de Boston se conoció como la Zona de combate porque allí se encontraba reunido todo el ocio para adultos. Esto incluía muchos locales nocturnos como el Playland que fue demolido en la década de 1990 cuando el área se vio afectada por la gentrificación. Precisamente, para rendirle homenaje, la artista Georden West compone una preciosista película, de impronta queer, con un magnífico diseño de producción capaz de narrar por sí mismo en interiores tan majestuosos como decadentes. Un prolijo espacio en el que interactúan un ecléctico grupo de artistas LGBTIQ. Entre ellos, destaca el icono drag Lady Bunny y Danielle Cooper de Pose que interpreta a Lady. Es una bollera vestida de cuero que custodia este dominio mágico que observamos conscientes de que cualquier eventualidad forma parte de un estudiado montaje y juego de luces de carácter escenográfico.

Con gran afinidad con el cine de Roy Andersson en el reto que implica crear atmósferas en lugares cerrados y construir personajes que parecen caminar en el limbo entre lo real y lo imaginado, Playland es prodigiosa porque logra aunar muchos elementos jugando con lo iconográfico, lo mágico, el archivo, la performance. No obstante, el espacio físico queda suprimido por la idea que busca captar West. La artista audiovisual llena de significado el concepto de queer comenzando por profanar lo sagrado del medio que convierte en un entramado expresionista e ilusionista. Desde este proceder, se alía con autores como Derek Jarman o Sally Potter que han manejado el lenguaje trascendiendo cualquier límite. Conjugando el trabajo experimental con la delicadeza de una obra repleta de simbolismos que colaboran en una composición de ensueño, la cinta emerge continuamente del ensimismamiento que provoca.

Repleta de sonidos, voces, música, neones y objetos icónicos como la revista Fag Rag, un magazine para gays que estuvo vigente en la década de 1970, Playland es transdisciplinaria. Se mueve entre espectáculos varios. De música, ópera o danza. Y solapado a todo esto, los datos que se recogen, desde la primera toma de contacto, recrean el hecho histórico recordando un tiempo que ahora está suspendido. Es una noche de noches que reconstruye el mito poblado de figuras fantasmagóricas usadas para recuperar la memoria dormida. Lo hace a través de velos que la muestran hechizada por un presente evocador. La cinta se sabe un amasijo muy bien dispuesto que custodia la idea de queer resignificándola. Una mirada interna a lo historiográfico que compone una ficción de espléndidos pasajes y personajes que habitan un lugar seguro para ser lo que cada cual imagina.