J.Q.L

Metáforas y crítica social se reúnen en ‘El perdón’, de Maryam Moqadam y Behtash Sanaeeha, para crear un retrato impecable del machismo en la sociedad iraní

El perdón | StyleFeelFree
Imagen de la película El perdón | StyleFeelFree

El perdón de Maryam Moqadam y Behtash Sanaeeha comienza con una mujer sentada en una oficina. Se agita inquieta a la vez que intenta aflojar la vestimenta negra que le aprieta el cuello. Al otro lado de la mesa, un trabajador del gobierno se dispone a darle dos noticias. Cada una de ellas es peor que la anterior. Primero, le informa que su marido ha sido ejecutado tal y como ordena la pena de muerte. Después, le aclara que no era culpable del delito por el que fue condenado. Su muerte resulta ser un simple fallo burocrático. Al oírlo, el atuendo que lleva la mujer le asfixia más que nunca. A partir de este inicio, ambos directores construyen una cinta de crítica social. Una obra en la que una mujer deberá hacer frente al machismo de la sociedad iraní.

La voluntad de plasmar el machismo no se ciñe únicamente a la trama. A modo de metáfora principal, la imagen de una vaca blanca rodeada de sombras vertebra el filme. El color, al igual que en Clara sola, representa el contraste entre una cultura ennegrecida por lo peor de la humanidad y una mujer mitificada. Esta idealización la obliga a destacar entre la multitud convirtiéndola en objeto de miradas constantes. A su vez, este hito de perfección al que se le somete es castizo y limitante. La pureza es aquello que le conviene a los hombres. Además, como culmen, a la mínima flaqueza o desviación de lo establecido por parte de la mujer la sociedad lo percibe como una pérdida de pureza. De esta forma, pasa de una efigie a la que adorar a un simple trozo de carne sucia del que aprovechar sus entrañas.

A pesar de un tono crítico constante hacia la sociedad iraní, la dirección de Maryam Moqadam y Behtash Sanaeeha no enjuicia a los personajes. Manteniendo un lenguaje de planos generales evita impregnar de juicio a los protagonistas. Sus acciones son las que son. En ningún momento se emplean angulaciones para dramatizar ciertos sucesos. Tampoco se omite información. La cámara nunca prioriza unos sucesos por encima de otros. Así, las secuencias reniegan abordar la experiencia subjetiva de una personalidad en concreto, sino que presentan un contexto y unas acciones. Sus directores, a través de este acercamiento lejano, consiguen que el espectador entienda la circunstancia social a la que están sometidos. Construyen un panorama de entendimiento que se rompe en los últimos segundos de la cinta. Un giro de los acontecimientos que culmina una obra impecable.
 

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