Rosana G. Alonso
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El realizador coreano-estadounidense Lee-Isaac Chung ha esperado un tiempo prudente para contar su propia historia personal en ‘Minari. Historia de mi familia’ , una cinta que ocupa un espacio por llenar en la cinematografía estadounidense

Minari. Historia de mi familia | StyleFeelFree
Imagen de la película Minari. Historia de mi familia | StyleFeelFree

Sean puramente autobiográficas o no, las películas que parten de la propia experiencia vital suelen tener interés, al menos, como documento que registra una época desde una perspectiva particular. Porque lo particular deja de serlo cuando nos reconocemos, los unos a los otros, en los desafíos de la vida. Un nuevo comienzo en una nueva ciudad, un nuevo trabajo, un nuevo idioma, un nuevo colegio, un nuevo proyecto, nuevas relaciones. En las sociedades globales que hasta ahora habitábamos —el covid lo ha trastocado todo—, nuestras existencias no eran tan distintas como podíamos pensar. Nos reconocemos, precisamente, en los comienzos y los finales. No importa de qué se trate, ambos comparten la emocionalidad del momento. El saberse esperanzado, con la energía del que empieza; o el sentirse hundido, con la aflicción de las despedidas.

En su cuarto largometraje de ficción el director coreano-estadounidense Lee-Isaac Chung recuerda su infancia en los EEUU. Ha esperado un tiempo prudente para contar su historia, un relato que todavía no se había contado en un país que cuenta con más de 2 millones de coreanos. Su historia, en realidad, es la historia de muchos migrantes coreanos deseosos de alcanzar el sueño americano. Chung narra Minari. Historia de mi familia situándose como el niño que era entonces y adoptando un tono que parece situarse en un lugar intermedio entre el cine de familia de Hirokazu Kore-eda y los melodramas más propios del cine hollywoodense.

Con Minari. Historia de mi familia Lee-Isaac Chung ocupa un lugar todavía por llenar en la cinematografía estadounidense. De hecho, todavía son muy pocas las películas que representan a esa población asiático-estadounidense creciente. Y eso, a pesar de que en los últimos años han llegado estimulantes proyectos que ofrecen renovadas visiones del país norteamericano. Desde el ángulo coreano veíamos hace alrededor de dos años la sorprendente Columbus de Kogonada. Recientemente, descubríamos también maravillados a las cineastas de origen chino Lulu Wang y Chloé Zhao. Es evidente que existe una nueva generación de cineastas que está enseñándonos otros focos de acción. Mostrando que se puede partir de relatos menos grandilocuentes para centrar la atención en lo íntimo y trivial. Ya desde el título, Minari. Historia de mi familia es una declaración de intenciones. El minari, planta de fácil cultivo que se usa en varios platos típicos coreanos, sirve aquí de pegamento afectivo, que une comunidades.
 

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