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El caso de ‘Longa noite’, del gallego Eloy Enciso, dentro de la cinematografía dedicada a la Guerra Civil Española, no deja de ser un punto y aparte
La Guerra Civil Española siempre se ha percibido, en la filmografía española, más como una losa que como una herramienta que nos invitase a pensar en el ahora, para tratar de esclarecer un pasado que sigue estando en el presente, envuelto en sombras. Adoptando un tono generalmente paternalista y maniqueo, restrictivamente, las cintas que han tenido más repercusión adoptaron esta temática olvidándose generalmente del espectador. Un espectador que si no podía entender el conflicto, quería entrar en su interior para acercarse a su historia, a su pasado, a sus raíces. Es chocante, como mínimo, que nuestros cineastas evitasen, hasta la fecha, encontrarse con las fuentes, investigar y tratar de comprender algo alejado de los dogmas oficiales, solo posible desde lo humano que contempla lo propio y lo otro sin determinismos, como curiosamente trató de hacer un foráneo, Ken Loach, con Tierra y Libertad.
En el año en el que se estrena Longa noite, de Eloy Enciso, que entra de lleno en las consecuencias de la Guerra Civil Española, otras dos películas vuelven acercarse a la contienda. Se trata de Mientras dure la guerra, de Alejandro Amenábar, y La Trinchera Infinita, dirigida por Jon Garaño, Aitor Arregi y José Mari Goenaga. Ambas se acercan a una historiografía que busca dilucidar otras parcelas que reconocen intersticios por descubrir, lo cual es sintomático de que el cine empieza a tomar conciencia de la necesidad de escudriñar lo que hasta el momento se había mirado de reojo. Al menos el panorama actual no teme emprender nuevos caminos por mostrar, para hacer lecturas menos incuestionables, que abren inesperadas posibilidades de conocimiento ante un tema en el que seguimos sintiéndonos huérfanos.
El caso de Longa noite, en este horizonte, es un punto y aparte por su inesperado tratamiento de la Guerra Civil Española. La propuesta de Enciso no acude a las fuentes para recabar datos, sino para recrear una atmósfera que lo envuelve todo, aportando más información sobre la cuestión, que ninguna de las cintas que hayamos visto hasta ahora. Con un tratamiento espectral y onírico de la imagen en la que se reconocen fácilmente las influencias que van desde el Apichatpong Weerasethakul de Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas al artista Hiroshi Sugimoto en un tiempo que ha dejado de existir, ello no impide que el cineasta gallego tenga una reconocible identidad arraigada al espacio y a lo corpóreo, a un intangible de la experiencia compartida que busca encontrar un lugar para la memoria.
Si en su anterior filme, Arraianos, ya se veía la luz de un cineasta que busca recuperar lo olvidado para hacerlo inteligible, dejando evidentes secuelas, sin ir más lejos, en los dos últimos trabajos de Oliver Laxe; en Longa noite la narrativa se vuelve más precisa y liviana, más acotada a una idea de un tiempo en el que las noches cobran luminosidad por medio de una portentosa fotografía a cargo, nuevamente, de Mauro Herce. La recuperación de escogidos pasajes literarios de Max Aub, Luis Seoane, Alfonso Sastre, Ramón de Valenzuela y Rodolfo Fogwill, que se engarzan en el guion con una naturalidad prodigiosa, contribuyen, por otra parte, a que el contenido tenga una fuerza que sobrecoge en muchos momentos, convirtiendo los tres actos que componen Longa noite en una partitura más que de Realismo Mágico, de realismo anímico.
No cabe duda, por el proceder novedoso en una materia casi siempre mal administrada, este es uno de los títulos no ya más sugerentes del año, sino de los últimos años. Su parentesco con realizadores como Pedro Costa o el Pasolini de sus obras más teatrales, lejos de sitiarle en un lugar sobrereferenciado, lo sitúa en un término desde el que evocar y aceptar el significado de una terminología por atender.