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Rescatamos a la escritora Marguerite Duras para celebrar el Día del Libro y conmemorar el centenario de su nacimiento

El Día del Libro no deja de ser otra excusa más para incentivar el consumo. Aun así también es un pretexto para rescatar a una de las autoras más interesantes de la literatura en el centenario de su nacimiento. Marguerite Duras (Abril 1914-Marzo 1996). No sólo interesante por su cautivadora forma de escribir, esa prosa lírica, desgarradora y punzante, cortante y desmedida, sino porque sus novelas son como retazos arrancados de su vida. Su existencia marcada por su nacimiento en la Indochina Francesa, sus amantes, su vida errática, a veces muy dolorosa _lo que propició el alcoholismo que padeció_ su reconocimiento tardío, su activismo político y la extraña relación que mantuvo con un hombre homosexual, casi 40 años más joven, en la última etapa de su vida.
La primera edición de El amante llegó a España en 1984, año en que recibió el premio Goncourt por esta misma novela que posteriormente se llevaría al cine en 1992 por Jean-Jacque Annaud, una película bastante inferior al extraordinario libro de una de las mujeres más fascinantes y prolíficas de todos los tiempos.
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“Diré más, tengo quince años y medio. | El paso de un transbordador por el Mekong. | La imagen persiste durante toda la travesía del río. | Tengo quince años y medio, en ese país las estaciones no existen, vivimos en una estación única, cálida, monótona, nos hallamos en la larga zona cálida de la tierra, no hay primavera, no hay renovación.”
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“Ahora comprendo que muy joven, a los dieciocho, a los quince años, tenía ese rostro premonitorio del que se me puso luego con el alcohol, a la mitad de mi vida. El alcohol suplió la función que no tuvo Dios, también tuvo la de matarme, la de matar. Ese rostro del alcohol llegó antes que el alcohol. El alcohol lo confirmó. Esa posibilidad estaba en mí, sabía que existía, como las demás, pero, curiosamente, antes de tiempo. A los quince años tenía el rostro del placer y no conocía el placer.”
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“Debió de ser en el transcurso de ese viaje cuando la imagen se destacó y alcanzó su punto álgido. Pudo haber existido, pudo haberse hecho una fotografía, como otra, en otra parte, en otras circunstancias. Pero no existe.”
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“El hombre elegante se ha apeado de la limusina, fuma un cigarrillo inglés. Mira a la jovencita con sombrero de fieltro, de hombre, y zapatos dorados. Se dirige lentamente hacia ella. Resulta evidente: está intimidado. Al principio, no sonríe. Primero le ofrece un cigarrillo. Su mano tiembla. Existe la diferencia racial, no es blanco, debe superarla, por eso tiembla.”
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“Le dice: preferiría que no me amara. Incluso si me ama, quisiera que actuara como acostumbra a hacerlo con las mujeres. La mira horrorizado, le pregunta: ¿quiere? Dice que sí. Él ha empezado a sufrir ahí, en la habitación, por primera vez, ya no miente sobre esto. Le dice que ya sabe que nunca le amará.”
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“Los besos en el cuerpo hacen llorar. Diríase que consuelan. En familia no lloro. Ese día, en esa habitación, las lágrimas consuelan del pasado y también del futuro. Le digo que un día me separaré de mi madre, que llegará un día en que ni siquiera por mi madre sentiré amor. Lloro. Apoya en mí su cabeza y llora por verme llorar.”
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“Ella también, cuando el barco lanzó su primer adiós, cuando se levantó la pasarela y los remolcadores empezaron a arrastrarlo, a alejarlo de la tierra, también ella lloró. Lo hizo sin dejar ver sus lágrimas, porque él era chino y esa clase de amantes no debía ser motivo de llanto.”
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“… Esa noche, perdida entre noches y noches, de eso estaba segura, la chiquilla la pasó en ese barco y estuvo allí cuando se produjo el estallido de la música de Chopin bajo el cielo iluminado de brillanteces… Y la joven se levantó como para ir a su vez a matarse, a arrojarse a su vez al mar y después lloró porque pensó en el hombre de Cholen y no estaba segura, de repente, de no haberle amado con un amor que le hubiera pasado inadvertido por haberse perdido en la historia como el agua en la arena y que lo reconocía sólo ahora en este instante de la música lanzada a través del mar.”
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“Años después de la guerra, después de las bodas, de los hijos, de los divorcios, de los libros, llegó a París con su mujer. Él le telefoneó. Soy yo. Ella le reconoció por la voz. Él dijo: sólo quería oír tu voz. Ella dijo: soy yo, buenos días. Estaba intimidado, tenía miedo, como antes. Su voz, de repente, temblaba. Y con el temblor, de repente, ella reconoció el acento de China… Y después ya no supo qué decirle. Y después se lo dijo. Le dijo que era como antes, que todavía la amaba, que nunca podría dejar de amarla, que la amaría hasta la muerte.”
extractos de El amante por Marguerite Duras, colección andanzas_Tusquets