Rosana G. Alonso
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Surcando un paisaje helado lleno de belleza ‘The Breaking Ice’, del singapurense Anthony Chen, es una película llena de esplendor y revelaciones

The Breaking Ice | Película | StyleFeelFree. SFF magazine
Imagen de la película The Breaking Ice | StyleFeelFree. SFF magazine

En la novela La montaña del alma, de Gao Xingjian, se establece una conexión entre naturaleza y hombre muy presente en la cultura china tradicional. Algo notorio en The Breaking Ice, de Anthony Chen, explorando un paisaje que, en la práctica audiovisual, tiene el cariz del Guo Huan, la pintura tradicional china. En su película más exquisita hasta el momento, desde el punto de vista artístico, el singapurense hace también su trabajo más personal, de registro, de exploración constante que vuelve sobre temáticas ya abordadas en obras precedentes. La huida como forma de interrogación que cuestiona la propia existencia, los vínculos inesperados, así como cierta orfandad y sentimiento de extrañeza. Por eso, su condición de extranjero en China le permite iniciar un camino que va haciéndose al andar, lo que implica que el espectador pueda recorrer también ese trayecto dejándose sorprender.

Cuando gran parte de producciones cinematográficas dejan muy poco espacio para la sorpresa, con modos de abordar las tramas miméticas entre sí, Chen sorprende. Tiene escenas de una belleza estremecedora como la que transcurre en un baño en el que dos cuerpos se abrazan tras unas cortinas de ducha. Sin embargo, más que los interiores, los pasajes que transcurren en el exterior helado, en el invierno glaciar, son los que toman el pulso a un relato que captura el espíritu de la generación actual de jóvenes chinos. Hay mucha desesperanza aquí, mucha desilusión que transita, al mismo tiempo, contagiando la energía del despertar a la madurez. En esto recuerda mucho a la única película de Hu Bo, An Elephant Sitting Still, en la que el desasosiego teñía de gris uno de los filmes más fascinantes de la pasada década. De hecho, siguiendo también la propia vida de Bo, que se quitó la vida poco después de acabar este proyecto, se esboza también el tema del suicidio. Lo paradójico de todo, lo que por otra parte otorga un sentido mágico al metraje, es cómo la vida, como un haz de luz, está siempre presente en The Breaking Ice.

Esa dinámica de luces anímicas que miran al paisaje, ese despertar que quiere fenecer antes de sobrevenir al milagro de existir que ordena el caos, es lo que da un sentido existencial a esta pieza de orfebrería que deambula sonámbula persiguiendo un horizonte o un abismo de plenitud. La búsqueda de la identidad implica también una búsqueda del propio realizador, tras una corta carrera que comenzó con Retratos de familia, que emprende una aventura epopéyica invernal en la que se sumergen tres jóvenes. Dos chicos y una chica, en la veintena, que tienen más cosas en común con los personajes de François Truffaut, en Jules et Jim, que con los Soñadores de Bertolucci. Ellos emprenden este viaje de iniciación surcando el hielo de Yanji, en la frontera con Corea del Norte. Lo emprenden con un único propósito, ser libres. Por una vez, pretenden alcanzar esa libertad que los unirá para siempre estableciendo así un dispositivo de coming-of-age espiritual que finalmente se revela esperanzador. El argumento, como tal, puede no ser novedoso, ahonda en cuestiones vitales que siempre surgirán una y otra vez en el cine, pero su forma de abordarlo, repleta de esplendor, de simbolismos y asombro en la mirada, conecta con un presente lleno de misterios.