Rosana G. Alonso
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Apichatpong Weerasethakul en ‘Memoria’ parece querer perderse en la selva amazónica para encontrarse y avanzar hacia una cinematografía que dibuja topografías místicas

Memoria | StyleFeelFree
Imagen de la película Memoria | StyleFeelFree

Hace tiempo que el cineasta Apichatpong Weerasethakul nos tiene acostumbrados a una verdad mágica que habita entre nosotros. Él descifra su simbología sin problema acercándonos a un mundo en el que distintas capas de realidad sobreviven. Sin embargo, no imaginábamos qué efecto podría tener esto fuera de Tailandia y, mucho menos, en idioma inglés. En Memoria, su primera película en habla inglesa y con la enigmática presencia de Tilda Swinton, Weerasethakul realiza un ejercicio de introspección. Más ensimismado que nunca viaja por el tiempo y el espacio olvidándose de todo. Incluso, y a decir verdad, del espectador. Este es un viaje onírico que no se resuelve hasta que después de una dilación considerable comienza a descifrarse su insoldable secreto. En ese momento, comprendemos que para el autor de cintas tan reveladoras como Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas el filme supone también un viaje por lo que no sabe.

Desde el desconocimiento, casi a ciegas. Lo primero que sobreviene, en los primeros cinco minutos de película, es un ruido que levanta al espectador de la butaca. Uno que aturde y desconcierta. El propio cineasta explicó al respecto que, mientras investigaba para hacer esta pieza de más de dos horas de duración y largas tomas que se pierden en el espacio-tiempo, a menudo escuchaba un fuerte ruido al amanecer. Es el mismo que percibe el personaje que interpreta Swinton, una mujer que como él viaja por Colombia en busca de respuestas. Quiere reunir expresiones y recuerdos. Evocaciones conectadas que se recogen en una cinta en la que su exposición al ruido está ligada con la memoria del país. De ahí que exista una conexión extraña que no se desvela hasta el final cuando, en un giro hacia la ciencia ficción, reparamos en que todo está relacionado.

Las personas están conectadas a los lugares y a otras personas que aún no conocen. Y al mismo tiempo, la simbología lo permea todo creando una atmósfera que busca la unidad. Weerasethakul, orgánicamente, en Memoria, parece querer perderse en la selva amazónica para encontrarse. Y al perderse, va creando una topografía que busca el punto cero. Aquel que nos permite entender que el presente está formado de pasados. Pretéritos incómodos pero necesarios para sanar, ya que no podemos huir de un pasado que también nos incumbe aunque no lo hayamos vivido. Puesto que si huimos de él el ruido nos perseguirá. Pero es difícil distinguir este ruido cuando queda oculto en un maremágnum alborotado de estallidos que componen nuestra pétrea y anormal existencia.
 

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