Mariale Morales
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Antoine Barraud explora, en Madeleine Collins, los motivos por los que una mujer se arriesga a vivir una doble vida

Madeleine Collins | StyleFeelFree
Imagen de la película Madeleine Collins | StyleFeelFree

Es común oír antiguas historias, en las que podías descubrir que un abuelo o un tío llevaba una doble vida. En ocasiones, los familiares descubrían la escandalosa situación cuando el hombre fallecía. Porque estos asuntos eran cosas de hombres. En el caso de Madeleine Collins, Antoine Barraud invierte los papeles. Así, nos invita a cuestionar por qué una mujer termina viviendo una doble vida familiar en dos países distintos. Este relato se toma su tiempo para revelar cómo la protagonista, Judith, termina en una situación así. Vive una doble vida llena de secretos y mentiras, aunque, a su vez, está llena de cariño y afecto. Para algunos puede que este escenario, en donde todo se sale fuera de control y parece que nunca va a acabar, sea agobiante. Sin embargo, lo interesante es ver cómo Barraud lleva la situación a un punto extremo antes de darnos una explicación.

La cinta comienza con un prólogo que puede parecer confuso, pero tiene sentido más adelante. Inmediatamente somos testigos de la doble vida de Judith. En principio, está casada con Melvil Fauvet, un conocido director de orquesta, con el que vive en Paris junto a sus dos hijos. Al mismo tiempo, en Ginebra, trabaja como traductora. Ahí, mantiene una relación con Abdel con quien cuida a su hija Ninon. Ante esta situación, nos preguntamos, una y otra vez, por qué alguien desea vivir de esa manera. Cuando Barraud finalmente nos da la respuesta, esta tiene la suficiente seriedad emocional para justificar las acciones de Judith. Tratando de no revelar mucho más sobre la trama, se puede decir que Madeleine Collins no es una metáfora sobre los peligros de la bigamia. La protagonista no está haciendo malabares para tener múltiples amoríos. Más bien, está intentando mantener relaciones que son extremadamente tradicionales.

La tensión que se genera entre las dos vidas de Judith, cuando finalmente se encuentran, es el motor principal de la película. El director exprime el suspenso de muchas secuencias en las que la heroína tiene que mentir. Se ve la influencia de Hitchcock en la pieza, particularmente del clásico Vértigo, en donde hay una narrativa similar. Aquí, Kim Novak es una mujer con doble identidad intentando preservar algo que se ha perdido. No obstante, Barraud no tiene el mismo manejo que Hitchcock y por momentos tenemos que hacer algunas concesiones lógicas para favorecer a la trama y al personaje de Judith. A pesar de ello, tanto el cineasta, como Virginie Efira, merecen todo el crédito por comprometerse con la historia. Por momentos, Madeleine Collins puede que sea poco creíble, pero la impecable actuación de Efira es tensa y sutil, mostrándonos su capacidad de expresar múltiples emociones en una escena.
 

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