Rosana G. Alonso
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Con una excelente puesta en escena los hermanos D’Innocenzo, en ‘Queridos vecinos’, buscan provocar reacciones adversas en la audiencia para someterla a catarsis

Queridos vecinos | StyleFeelFree
Imagen de la película Queridos vecinos | StyleFeelFree

Aunque el título en español puede llevar a equívocos, Queridos vecinos no es una comedia amable que retrate a una comunidad de vecinos con ciertas discrepancias. Si bien es cierto que el enfoque está en varias familias que interactúan entre sí, estos núcleos son tan tóxicos que desde el principio sentimos una repulsión que los hermanos Damiano y Fabio D’Innocenzo pretenden. Con meticulosos planos y un original punto de arranque, en su segundo largometraje los italianos, con una todavía incipiente carrera, abordan un trabajo espléndido que se encuentra en un lugar común con un cine italiano contemporáneo que sobredimensiona lo humano. Visible en unas caracterizaciones que resaltan una esquizofrenia social producto de una época.

Queridos vecinos es una bomba de precisión en su modo de filmar y en sus soberbios personajes divididos entre dos mundos. El de los adultos, que se comportan como lobos lascivos, de violentos comportamientos, en el caso de los hombres. Y el de los niños, buscando acelerar su crecimiento imitando a los mayores y al mismo tiempo, hastiados de un entorno en el que no parecen encajar. Retratos y conductas que nos recuerdan al Javier Fesser más inspirado, al encuentro con un Todd Solondz en sus cintas más mordaces. En realidad hay mucho aquí de la comedia indie americana, pero aderezada con la sabia de un cine italiano que se entrecruza con Matteo Garrone, Paolo Virzì y Paolo Sorrentino.

Las familias que vemos desfilar, en la lejanía, parecen normales. Hasta que entramos en sus miserables vidas. Es esta una exploración que ahonda en la falta de comunicación y en la rutina que devora los verdaderos lazos emocionales. El sorprendente final, que no esperábamos, justifica todo y remata una obra suntuosa. Entre medias, llegamos a hilar un relato tan mágico como terrorífico que explica las crisis personales motivadas por un perverso entramado social. La excelente puesta en escena acaba por atar los cabos que nos podían quedar sueltos. Con una narrativa expansiva los hermanos D’Innocenzo articulan una historia de historias en la que dibujamos una moraleja que la película evita. Somos responsables de la herencia que le dejamos a nuestros hijos. Excelente modo de justificar unos modos que a veces nos violentan, precisamente, para provocarnos una reacción.
 

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