Rosana G. Alonso
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Con un personaje central que dibuja un retrato generacional, ‘La vida era eso’ compone un mosaico de relaciones que busca la transformación interior de una mujer en su última etapa vital

La vida era eso | StyleFeelFree
Imagen de la película La vida era eso | StyleFeelFree

En los últimos años la ancianidad se ha colado con una fuerza inesperada en el cine. No es de extrañar, porque los más mayores habían quedado en el olvido como si todo su trayecto vital no tuviese valor. O como si su momento presente no estuviese cargado de trascendentes tributos que nos indican de dónde venimos y hacia dónde vamos. Por no hablar de que es la etapa vital en la que todo está a flor de piel. Supongo que porque el pasado, el presente y el futuro confluyen en un espacio en el que la vida empieza a cobrar sentido. Y entonces, el prodigio que pensábamos solo podía estallar en la juventud aflora con afán de explicar una vida.

En La vida era eso, de David Martín de los Santos, todas estas situaciones convergen en el personaje que interpreta Petra Martínez. Desde esta toma de conciencia, María representa a una generación de mujeres —nacidas en las décadas de 1940 y 1950— que han vivido un momento social que las educaba para satisfacer a los otros. De esta forma, los padres, el marido y los hijos ocupaban la primera posición. Su rol estaba asignado desde antes de nacer. Es por eso que al principio no vemos más que el papel que le ha tocado vivir, no al ser humano lleno de anhelos, esperanzas y retos.

La transformación que experimenta María es catártica. Hay un suceso crucial que la lleva a tomar un camino. Pero lo más significante es que esta transformación interior no es solo que sea a través de los hechos, sino que el resto de personajes que se cruzan en su trayectoria vital configuran un mapa de correspondencias afectivas extraordinario. La toma de decisiones de Martín de los Santos al integrar toda una serie de relaciones asimétricas que estimulan esta metamorfosis es transcendental. Porque con ellas crea un lazo universal, sin jerarquías, que anula todos los consortes y etiquetas que nos impiden vivir en libertad. Por esta razón, independientemente de que sea una cinta para reflexionar sobre una generación de mujeres —que es algo de por sí muy importante, pero quizás no tan original— es sobre todo una narración que borra fronteras, impedimentos, tabúes. Y aquí es donde realmente brilla.

Por todo lo anterior, es preciso aupar a todo un elenco de actores secundarios magníficos. Empezando por Anna Castillo que está deslumbrante, y acabando con Florin Piersic Jr. que da el toque de pimienta a un plato muy bien condimentado. Gracias a ellos Petra Martínez, que recuerda mucho a Paulina García en La novia del desierto, experimenta una suerte de sacudida que pone todo en su sitio. La vida era eso tiene la magia que esperamos del cine. Pero no una magia artificial que acaba por crearnos una ansiedad innecesaria. Es mágica en el sentido de que juega con todos los elementos que están bailando a nuestro alrededor, sin darnos cuenta, para ordenar el mundo.

Sin lugar a equivocarnos podemos decir que el cine español sigue en racha. Y ya va siendo hora de que empecemos a poner nombres a un escenario nuevo. Observando la vida misma, las costumbres y los lugares. Aquí, Almería, como un personaje fantasmal, melancólico y misterioso, en el que todo puede pasar, tiene un peso fundamental. En este sentido, el paso del interior al exterior que se abre, del hospital a esta Almería incandescente, alienta a una lectura sustancial. Llena de guiños, de paisajes costumbristas, de rostros que mutan, de silencios que cambian, de miradas que buscan, La vida era eso es tajante en su afirmación. Eso a lo que llamamos vida está ahí, esperándonos si somos capaces de entender su simpleza y magnitud.
 

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