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Muy ambiciosa, ‘Locust’, en la Semana de la Crítica de Cannes, está a medio camino entre el cine clásico de gánsters y una cinematografía que mira a los problemas sociales que dibujan territorios, aunque sea desde la opulencia del género
En 2019 Hong Kong estalló haciéndole frente al gigante chino. Las protestas, que comenzaron en marzo, llegaron a ser muy agitadas y virulentas en junio. Según los datos recogidos, por esas fechas se registró la manifestación más multitudinaria de la historia de Hong Kong llegando a congregar a cerca de dos millones de personas. Los hongkoneses le pedían al gobierno chino que retirara el proyecto de ley de extradición a China porque con él veían peligrar su hasta entonces semiautonomía. Al mismo tiempo, había un sentimiento generalizado de que China podría utilizar el acuerdo para introducirse políticamente en Hong Kong y perseguir a disidentes políticos. Estos hechos, en realidad, no construyen la trama de Locust, pero Keff usa el dispositivo fílmico, entre otras cosas, para atar cabos referentes a su propia experiencia vital. El cineasta se crió en Hong Kong pero es hijo de taiwaneses y para él, en su primer largo de ficción, era importante conectar las particularidades políticas y sociales de ambos territorios. Por otro lado, en 2019 justo cuando las protestas se originaron en Hong Kong él se encontraba en Taiwán siguiendo las noticias de su tierra natal.
Es evidente que, en Locust, Keff quería desplegar muchas ideas y aunar, igualmente, todas sus filias cinéfilas en una película muy ambiciosa, pero no especialmente original en la trama y su dimensión arquetípica de los personajes, focalizados en un protagonista muy carismático. Él nos presenta la desidia generalizada, la violencia que opera entre sombras y un enfoque que parece nutrirse mucho del cine estadounidense. Aquí, las manifestaciones y revueltas que tienen lugar en Hong Kong son reproducidas en los televisores taiwaneses. Sin embargo, sus habitantes se muestran ajenos a lo que ocurre fuera de la isla. Para Zhong-Han nada de lo que sucede lejos de su entorno inmediato le importa. Su agitada vida se desenvuelve entre el trabajo en el pequeño restaurante familiar, su implicación con una banda criminal local al servicio de las grandes fortunas y su desfogue en clubs nocturnos de baile. En este filme que aúna thriller de acción con drama familiar y romance todo se desencadena con un sentido de la narración austero y trepidante. Hay que reconocer la audacia en la edición para empatar tantas tramas sin que se desplomen, pero el uso de la violencia no resulta justificado salvo para sostener el género del que bebe.
El realismo queda supeditado, en Locust, a su estética pop privilegiada, precisamente, por un elenco en el que la masculinidad tiene una opulencia que, a día de hoy, puede resultar caduca cuando los personajes femeninos no tienen un peso sustancial. Hay algo de vetusto en esta cinta que se retrotrae a una visión espectacular del cine que tanto cundió en el siglo pasado. En este sentido, podemos encontrar cierta mirada que se ajusta a cineastas como Brian de Palma, Scorsese o Tarantino, a los que habría que sumar el cine hongkonés de mafias aliñado con un punto de romance. A pesar de su juventud, Keff no puede evitar cierta emulación de modelos que pueden resultar obsoletos y que, en conjunto, componen un coctel demasiado elocuente. Y, a pesar de ello, logra dignificar una película compleja que tiene un uso narrativo del sonido sorprendente. Por otra parte, existe una magnitud social que rebaja los condicionantes más rimbombantes en favor de un mecanismo que logra articular, convenientemente, su extensión simbólica y afectiva.