Rosana G. Alonso

De los trabajos que protagonizan la crónica 4 de Venecia 2024 destacan la audacia narrativa de Shahab Fotouhi, en ‘Boomerang’, y la evocadora mirada a un mundo en extinción que propone Xiaoxuan Jiang en ‘To Kill a Mongolian Horse’

To Kill a Mongolian Horse | Crónica 4 de Venecia 2024 | StyleFeelFree. SFF magazine
Imagen de la película To Kill a Mongolian Horse | Crónica 4 del Festival de Venecia 2024 | StyleFeelFree. SFF magazine

Cuando la Competición de Venecia todavía no ha dado un firme candidato o candidata al León de Oro, esta crónica de Venecia 2024 busca otros derroteros. Entre otras cosas, para escapar de la mirada americanizada de un Justin Kurzel en The Order que, no obstante, hará las delicias de los aficionados al thriller policíaco de rigor. También conviene desertar de la pretenciosidad artificiosa del drama histórico que propone Brady Corbet en The Brutalist. Alcanzando ya el ecuador del festival, prefiero las propuestas más reflexivas y elocuentes que he descubierto en Giornate degli Autori. La sección independiente del Festival de Venecia tiene una buena selección de títulos de los que me gustaría destacar dos, de los vistos hasta el momento. Se trata de Boomerang, del iraní Shahab Fotouhi; y de To Kill a Mongolian Horse de Xiaoxuan Jiang. En ambos casos hay una huida de la mercantilización a la que también está sometida lo cinematográfico. En un caso, por su audaz propuesta narrativa; en el otro, por su interés por investigar lo etnográfico.

Pocas ocasiones se presentan de atender a un ejercicio de narración que indaga en lo que la imagen puede sugerir. Sin embargo, el iraní Shahab Fotouhi, en Boomerang, presenta una pieza que resulta refrescante y de una belleza insólita de principio a fin. Por su trayectoria y formación en arte se nota que reflexiona la historia y le importa tanto lo que los personajes pueden contar, como los acompañamientos visuales que, posteriormente, dan sentido a la acción. Estos apuntes de sensorialidad representada se sincronizan con las escenas en las que los intérpretes protagonizan el hecho. Conjuntamente, algunos de los fragmentos narrativos de Boomerang son variaciones de los anteriores desde un punto de vista diferente. Lo más interesante de esta propuesta tan evocativa es, precisamente, la forma en que Fotouhi relata el evento deslizándose en él, sin saltos abruptos. Y dejando silencios de reflexión interrumpida que buscan un contraefecto que repercute en el público invitado a participar en este experimento que, en la práctica, no lo es tanto. Finalmente, descubrimos a un cineasta que explora las relaciones de una forma honesta dejando constancia de la brecha general y de cómo la experiencia marca un itinerario vital lleno de recovecos.

Como Boomerang, la película To Kill a Mongolian Horse, de la cineasta Xiaoxuan Jiang, también parece querer huir de todo aquello que resulte cacofónico. Inspirada en hechos reales, se centra en un pastor mongol que decide integrarse a una compañía de espectáculos ecuestres para los turistas, ya que sus ingresos no son suficientes para vivir. Bajo esta premisa, lo que aparentemente le interesa a Jiang es la mirada fetichizada que acaba imponiéndose en todo y dejando a las personas sin identidad. Así le ocurre a este protagonista que se convierte en un sujeto de observación que pondera su masculinidad e identidad étnica. Algo que nos recuerda a lo que hizo Chloé Zhao en The Rider, pero descubriendo los paisajes mongoles, de una belleza pictórica que contextualiza el relato. Paisajes que también descubrimos en El huevo del dinosaurio de Wang Quan’an, pero aquí con un sentido más sublime. Es especialmente sugestivo un plano en el que, hacia el final, muestra un cielo negro, verde y rojo en una tierra oscura, como símbolo de este desenlace inevitable. Su correspondencia con La carga de la caballería roja, de Kazimir Malevich, asimismo, es casi inevitable por lo que tiene de ilusorio. Un mundo está a punto de desaparecer y, con él, aquello que nos define y donde nos reconocemos.