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Farö cobra vida en ‘La isla de Bergman’, un drama que camina entre el cine y la vida para narrar la historia de una cineasta que busca reencontrarse consigo misma

La isla de Bergman | StyleFeelFree. SFF magazine
Imagen de la película La isla de Bergman | StyleFeelFree. SFF

La soledad se respira en Farö. Entre paisajes de belleza inconmensurable, La isla de Bergman sitúa a una pareja de cineastas en la isla de la que se enamoró Ingmar Bergman. Mia Hansen-Løve, regresa así con un relato que camina entre el homenaje al director sueco y un retrato intimista de una mujer cineasta llamada Chris. Ella y su pareja, Tony, llegan a este recóndito lugar para encontrar la inspiración a lo largo de un verano. Mientras Tony avanza con su idea, Chris, atascada, decide explorar la isla donde Bergman pasó sus últimos días en busca de musas propias. Así, escribe un breve relato que emana nostalgia y arrepentimiento, donde la artista recuerda a su primer amor. De esta manera, los páramos de Farö, irán convirtiéndose lentamente en el escenario de ese relato hasta desdibujar los límites del cine y la vida real.

Las turbulencias en el viaje en avión son el augurio del desarrollo de la pareja en el viaje. El verano comienza y parece no haber vuelta atrás. Chris llega arrepentida a Farö, sin mucho interés en el cine del director. Aislada en el pequeño estudio que tenía Bergman en un molino de viento, convive con su pareja desde la lejanía atascada en su propia imaginación. Y es que, cada espacio y cada acción hablan por los propios personajes. De tal manera, el artificio se suprime por completo regalando algunos planos y secuencias que recuerdan a películas del autor sueco. Por un lado, encontramos a una imagen jovial de Chris, lanzándose a un lago que recuerda escenas de Un verano con Mónica. Y paralelamente, escenas de la pareja acostada en la cama de Secretos de un matrimonio que demuestran en el contacto físico, la distancia emocional.

El cine y la vida quedan ligados en un enlace inexorable. Un montaje ligero, una historia fluida que encamina la trama hacia el interior de la protagonista. Entre las cenizas de un primer amor, Chris encontrará la inspiración para su película que le guiará hasta tiempos pasados y oníricos. La misma localización, las mismas personalidades pero distintos personajes. Ahí está la magia del cine o del arte, en el interior, en las experiencias de sus creadores. Los recuerdos comienzan a emanar de las calles como si fuera el mismo presente, uniendo a Chris a su personaje ficticio en un relevo de voces. La ambigüedad entre los tiempos, la ficción, los hechos factuales y los espacios se vuelve tangible y se aprovecha a favor de la magia del cine, donde todo es posible.

Y aún así, más allá de ese duermevela constante, la protagonista se descubre lejos de la figura idealizada del artista. Chris está sola y es enamoradiza, coqueta, impulsiva, infantil, nostálgica, reflexiva y emocional. Y a pesar de todo, sin ningún tipo de arrepentimiento. Al final, ese camino que ha tomado es el que le ha llevado hasta ahí, hasta Farö. Por ese motivo, el filme va más allá de la mera celebración al cine y de la metarreferencia para hablar sobre la vida, de manera cercana y universal. De tal modo, la figura del artista se desmitifica para mostrar lo invisible, lo personal y lo que se encuentra en lo más profundo de nuestros interiores. Por eso, más allá del cine, más allá de los autores, en el fondo, La isla de Bergman nos recuerda el presente, la vida y sobre todo, que sólo somos humanos.
 

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