Rosana G. Alonso
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Sobre el tiempo, el cuerpo y el espacio en la obra de Franz Erhard Walther, a propósito de la exposición en el Palacio de Velázquez de Madrid

Franz Erhard Walther | StyleFeelFree

Obras de la exposición Un lugar para el cuerpo de © Franz Erhard Walther | Foto: © StyleFeelFree

El tiempo

Pasa el tiempo. Desde que contemplé por primera vez la obra de Franz Erhard Walther en el Palacio de Velázquez hasta hoy, casi tres meses. Hace alrededor de cuatro semanas que acabé de leer el catálogo de la exposición que recoge sus diálogos, disolubles en la pócima del tiempo. No encontré el momento entonces para escribir este artículo que se escurría [con el tiempo] mientras divagaba y viajaba. De aquí para allí, y vuelta. En el lapso, largos intervalos de ocio. Pese a ello, no he podido evitar reflexionar, o simplemente pensar. A veces malpensar. Prefiero hacer. Hay más ocio en un hacer no mediado por otros, por un sistema jerarquizado, que en el simple no hacer. Lo cual no implica que ese hacer lúdico no esté cargado de haceres, digamos socio-políticos, con toda la pretenciosidad que lo político y social conlleva. De realizaciones, de puestas en práctica, de intentos, aunque sean frustrados… de invitaciones.

Posiblemente sin ese tiempo de por medio, este texto, tal cual va componiéndose, apropiándose del significado que Erhard Walther dio a su obra, no tendría el mismo sentido. En cierta forma, cada intento de acercarse, a través de palabras escritas que buscan un ritmo interno, a la obra de un artista, enjuiciándola, no deja de ser una forma de expropiación ejecutada desde una actitud dominante de saberse legitimado, o no, para opinar. Sabiéndome legitimada únicamente por mí, el relato cambia, los receptores también, y yo misma, hasta cierto punto. Puedo alejarme, aunque sea consciente de los límites, esperando perderme. Si no te pierdes, tampoco puedes idear una forma de encontrarte. Con Franz [recupero el nombre, casi siempre ninguneado en los textos periodísticos] me perdí y me encontré. Y sigo pensando que me gustaba más estar dentro, sabiéndome perdida, que fuera, sabiéndome encontrada.

He repetido la palabra tiempo unas cuantas veces. Sin embargo no parece que haya llegado a una conclusión. ¿Qué significa el tiempo? Solo puede entenderse unido a una actividad que según Franz Erhard Walther implica un “tiempo vivido” que otorga significado a la tarea. Lógico, por otra parte. El tiempo activo [¿puede ser de otra forma?] está construyendo también este relato ya sin forma definida, sin adaptarse a géneros, pero configurando un modelo que dependerá a su vez de un lector. El lenguaje es además determinante en Erhard Walther [recupero los apellidos para no resultar excesivamente naíf]. “Para mí, el lenguaje ha sido siempre una materia de forma pensante”, explicó en los años noventa en conversación con Roselyne Marsaud Perrodin. A propósito de sus Werkzeichnungen [dibujos de las obras], igualmente reveló, en este caso en una entrevista con Susanne Richardt, que sentía la necesidad de “tomar los conceptos y despojarlos de sus conexiones históricas” para “atribuirles un nuevo significado” y evitar así que sean estáticos. Por el contrario, fluyen. Conceptos que moldean la práctica susceptible de ser modelada a su vez por lo casual, lo anecdótico, lo fortuito, incluso lo vacuo o insignificante. Como en Schwitters.

No obstante, la idea de tiempo no puede separarse de la atribución líquida que Zygmunt Bauman estableció en Vida Líquida. En este libro abarca las nociones de vida líquida y modernidad líquida. «La vida líquida y la modernidad líquida están estrechamente ligadas. La primera es la clase de vida que tendemos a vivir en una sociedad moderna líquida. La sociedad moderna líquida es aquella en que las condiciones de actuación de sus miembros cambian antes de que las formas de actuar se consoliden en unos hábitos y en unas rutinas determinadas. La liquidez de la vida y la de la sociedad se alimentan y se refuerzan mutuamente. La vida líquida, como la sociedad moderna líquida, no puede mantener su forma ni su rumbo durante mucho tiempo». Ya lo escribía Gabriel García Márquez en El amor en los tiempos del cólera, «sin navegación fluvial no hay amor». El tiempo en estado líquido permite al cuerpo evolucionar adelantándose a la propia naturaleza del tiempo, luego es un tiempo que posibilita los estados emocionales.

[Uso de la palabra tiempo: catorce veces en estos cuatro párrafos que componen el apartado tiempo, y aún así, sigo teniendo la sensación de que me esquiva.] 
 

Franz Erhard Walther | StyleFeelFree

Activación de una de las obras de Un lugar para el cuerpo de © Franz Erhard Walther | Foto: © StyleFeelFree

El cuerpo

Me miro y no me veo. Llevo algunos días observándome, tratando de ver cómo pueden verme los otros. A juzgar por sus comentarios y reacciones, no necesariamente coinciden. La percepción depende de mí, obviamente, de mi implicación con esos otros y de la conciencia de verme reflejada, me guste o no, en los espejos del tiempo categorizados en etiquetas que hacen aguas. Ahí el problema. Fuera de la regla, de los sistemas reglados, no hay posibilidad de ser, ni de hacer. De la Generación X a los Millenials y de por medio, los Xenials. Un fiasco. El resto de generaciones, si alguna vez han tenido nombre, no parecen estar de moda. Lo mismo ocurre con los marcos operativos. Fuera del marco, no hay opción. Prevalece la ley del más fuerte, del más arrogante, del más nuevo… Cuando en realidad estamos contagiados los unos de los otros. Y la mayoría de etiquetas no son más que eso. El cambio, el ansiado cambio que nos hiciera más liviana la existencia corpórea, no preveía un ineludible consenso intergeneracional, ni una efervescencia de ideas que estrechara las irregularidades matéricas, libres de etiquetas, en una nube sin formas geométricas, en un mismo espacio donde sea posible dentro y fuera. Aquí y ahora. Esa es definitivamente la única generación. La que vive el aquí y el ahora en un cuerpo que percibe, sin precisar de autorizaciones, que no son más que, nuevamente, etiquetas. El resto solo es presencia. Presencias inciertas que habitan, que ocupan, que en lugar de resignificar o apelar, asienten a todo, o por el contrario, manifiestan un descontento de consenso para hacer visible la etiqueta, porque son cuerpos moldeados por pautas y costumbres condicionadas.

No importa el quién, que depende de la casualidad. Ni el qué, también casual. Escribía Milan Kundera en La identidad, en su estilo diáfano que siempre recurre al cuerpo, refiriéndose a uno de sus existenciales personajes: «¡Cuántas veces le habrá pasado lo de confundir el aspecto físico del ser amado con el de otro! Y siempre seguido del mismo asombro: ¿será tan ínfima, pues, la diferencia entre ella y las demás? ¿Por qué es incapaz de reconocer la silueta del ser al que más quiere en el mundo, del ser que él considera incomparable?» Y yo me pregunto entonces, si esa presencia no será más que una proyección que llena los espacios vacíos de una mente que busca ser plenamente consciente, dejándose llevar por la inconsciencia.

Obviamente, el tiempo moldeando el cuerpo o la materia, transfigurándola, nos sitúa para que seamos capaces de apreciar las cosas desde su condición de vulnerabilidad y maleabilidad. Nos vuelve también dúctiles, o vuelve dúctiles las circunstancias, para que adquiramos empatía con el entorno corpóreo. Y para eso es necesario haber vivido, no haber existido únicamente. Pero no aisladamente. En un lugar. En un espacio experiencial reconstruído por las relaciones que tejen tramas. Ambos, tiempo y espacio, orquestan sobre el cuerpo.

En el mío, o el tuyo, o el suyo, que se ajusta o adapta, aceptando o no la lógica de ese espacio definido continuamente por el mismo cuerpo y el tiempo. Tres dimensiones [espacio, tiempo y cuerpo] que si operan, lo hacen porque hay un llamamiento a participar en una actividad reglada, siempre reglada, seamos conscientes o no, salvo en la imaginación. Cuando otros miran, no nos vemos realmente. Ni siquiera somos. Más bien, estamos. Los otros tampoco pueden vernos alejados de la acción. Cabe la posibilidad en cambio de la acción imaginada, individual, pura, libre de tramas. No importa entonces que las piezas que posibilitan dicha acción estén en un espacio, supongamos, museístico.

La obra de Franz Erhard Walther es una invitación al uso. Solo hay que ver cómo reaccionan los niños ante sus esculturas coloristas y afectuosas. Se lanzan ansiosos hacia las piezas a ras de suelo, pensando que acaban de llegar a un parque de recreo. Sin embargo las obras solo pueden ser usadas mediante activaciones programadas aún cuando la acción misma es la que determina la composición. En palabras del mismo artista, “la obra no es la pieza, sino la acción para que pueda ser obra”. Con todo, se me antoja más fructífera y recreativa en la imaginación que a través de dichas activaciones sugeridas. La dimensión sensorial se agudiza cuando el uso solo se evoca. Las esculturas con su uso del color y su fuerza expresiva en la disposición matérica, tienen un carácter reivindicativo que invita al cuerpo a interesarse por la muestra exhortándole a salir de su pasividad, mientras el lenguaje se acopla aunque visiblemente sea mudo. Desordenado. Abstracto. Cambiante. Justamente todo lo contrario a esos objetos meticulosamente ordenados, que si bien flexibles, sugieren un orden provocado, que alterándose mentalmente por aprensión a una acción interpuesta, reclaman el verdadero cambio, la acción.

El cuerpo cuando es invitado a activar la obra se sale de su corporeidad para convertirse, ¿quizás en objeto? ¿Quizás en cuerpo disconforme que en cambio acepta pautas? Lo que invita a entrar solo acepta un entrar y un salir. En contraste, si el cuerpo está activado por una mente que no acepta la invitación, que prefiere las esculturas en la pared o el suelo para imaginarlas insumisas para con el propio cuerpo, lo performativo se convierte realmente en hecho, en hacer que puede determinar un uso efectivo de una forma que se escapa de toda dimensión, concepción y materialidad. Algo que también contemplaba Erhard Walther al afirmar que “el evento solo puede ocurrir contigo y dentro de ti”.

[Uso de la palabra cuerpo: doce veces en estos seis párrafos que componen el apartado cuerpo. Espero que sea suficiente para dejar clara su presencia, su inevitable presencia en el arte.] 
 

Vista de sala de la exposición Un lugar para el cuerpo de Franz Erhard Walther | Foto: © StyleFeelFree

El espacio

Desde el momento en que me ubico aquí o allí, la percepción cambia. Ese espacio está determinado por unas condiciones también físicas y ambientales. Otorga una nueva forma a la materia corpórea, una postura. Y a su vez, las tres dimensiones, funcionando como materiales, forman una nueva silueta que es representación y concepto en una dimensión temporal y espacial.

Para Franz Erhard Walther el cómo es más importante, por supuesto que el quién, pero también que el qué. Y ese cómo, esa forma, a su vez depende de un dónde. El espacio amplía o reduce el ángulo de percepción que articula el cuerpo. En el Palacio de Velázquez gestionado por el Museo Reina Sofía, la obra se ejecuta como un mandala de luz. Lo que se ofrece implica una recepción que a su vez exige una participación activa o pasiva. En todo caso lo activo y lo pasivo dependen del espacio-tiempo para que sean efectivos en su actividad o pasividad, luego no importa la actitud. Todo orden puede subvertirse.

La cuestión fundamental es reconocer que en Erhard Walther lo circunstancial se vuelve trascendental en el espacio. Sus obras participativas, que no lúdicas o experienciales, según él mismo aclaró, nos remiten a un objeto de arte en el que se ha integrado un todo que permanece visible y oculto al mismo tiempo. Visiblemente y aunque la forma es más atrayente que seductora, porque sus objetos realizados con textiles remiten a patrones básicos, ello no evita que su uso del color y su apariencia funcional, moldeable y próxima, cercana al propio cuerpo, nos resulte sugestivamente estético. Vemos lo que pasa cuando lo estético ejerce una poderosa atracción. En la historia del arte estamos acostumbrados al salto de lo formal a lo conceptual. Las treguas intermedias no tuvieron demasiado éxito. Y ya sabemos que lo conceptual, que ocupó todo el protagonismo en la década de los sesenta cuando Walther se instaló en Nueva York [lo hizo finalmente en 1967], mantenía un punto de vista reacio a un esteticismo que consideraba demasiado afectuoso, si bien el mero concepto por el concepto, cuando solo podía sostenerse argumentalmente, configuraba un arte excesivamente elitista e iconográfico. Suspicazmente, Walther mantuvo ese pulso entre forma y contenido. Tras una apariencia estética, determinada más por el color y la disposición en el espacio, que por formas humildes que remiten a un arte povera, digamos puro, ya por los materiales, ya por su sencillez, ya por su proximidad; se aprecia un abanico de posibilidades que nos ofrece la oportunidad de cuestionar el arte, sus usos, tanto efectivos como poéticos; así como sus materiales, sus significados y significantes, a través del lenguaje y de la presencia formal, así real, así imaginada en una mente consciente de la ocasión de cambio.

Especialmente cobra importancia la eventualidad de vernos en la obra como un ser que actúa en un espacio temporal. “No es que la obra sea la idea, sino lo que generamos cuando la usamos”, aclaró en una de las cartas remitidas a Yve-Alain Bois. El arte del artista alemán que desarrolló su trabajo en EEUU a finales de los años sesenta, en una época en la que no encontraba un acomodo artístico por sentirse más «entre” que “en”, es el arte de nuestro tiempo, un trabajo de creación que es arte y artefacto, creación artística y trabajo manual que implica elaboración y pensamiento, cargado de tanta usabilidad como inoperancia por verse propósito a medias, supeditado a un espacio; más intuido que realizado, tanto estrategia, como incapacidad de explicarse, si no es contradiciéndose a través de una práctica que opera en un dominio proclive al intercambio y a la mirada. Un acto para los sentidos encaminados a la acción, a lo interactivo. En el que el evento en sí, sumando, alude a un ahora liberado de la tradición pero presente en sus señas de identidad invariables. Su reciente León de Oro en la Bienal de Venecia de 2017 no hace más que confirmar la presencia de un artista que lleva midiendo el tiempo líquido desde hace décadas en un espacio usurpado por un cuerpo dotado de una mente que empieza a ser consciente de la importancia de las tres dimensiones en la vida y el arte.

[Uso de la palabra espacio: 3 veces en el primer párrafo y 1 en el segundo de este último apartado. El espacio, definitivamente, es más silencioso que el cuerpo, no necesita tanta notoriedad.]

Anotaciones al margen

Este texto es producto de un momento temporal y espacial. Pero sobre todo está motivado por la propia obra de Franz Erhard Walther que ahora puede verse en el Palacio de Velázquez. Lo personal está condicionado por esta situación.
 

Franz Erhard Walther | Palacio Velázquez | MNCARS | StyleFeelFree Youtube

DATOS DE INTERÉS
Título: Franz Erhard Walther. Un lugar para el cuerpo
Artista: Franz Erhard Walther
Comisariado: João Fernandes
Lugar: Palacio de Velázquez (Parque del Retiro. Madrid)
Fechas: 6 de abril de 2017 – 10 de septiembre de 2017
Horario: Hasta septiembre: Todos los días de 10:00 a 22:00h
Serie de activaciones: Desde el 1 de julio: jueves, viernes, sábado y domingos de 18:00 a 21:00h
Entrada: Acceso libre