Rosana G. Alonso
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‘La vida de Calabacín’ huye de lo convencional para escenificar un mundo animado que conecta, tanto estilística como argumentalmente, con una realidad presente que se descubre en modos y pautas que escenifican la contemporaneidad

La vida de Calabacín | StyleFeelFree
Fotograma de La vida de Calabacín | StyleFeelFree
SINOPSIS
Courgette (Calabacín) es un niño de 9 años con una gran imaginación que es recluido en un orfanato tras la repentina muerte de su madre alcohólica. De ser un niño solitario, pasa a tener que relacionarse con otros niños y adultos que le cambiarán sustancialmente la vida.

La adaptación de la novela Autobiografía de un calabacín, de Gilles Paris, da origen a La vida de Calabacín, una película en stop motion que si algo nos enseña es que se puede hacer anime contemporáneo con personajes que dejan de pretender imitar la dimensión humana. El golpe de magia que persigue toda animación, de hecho suele ser más efectivo cuando los rasgos, proporciones y tonalidades con los que se crean y recrean los personajes tienen un fin en sí mismos, más allá de la película y su argumento. Este es el punto fuerte de La vida de Calabacín. La gran baza con la que juega hasta el final el suizo Claude Barras es saberse con protagonistas que parecen extraídos de la imaginación de ilustradores con alma de artistas.

Ilustradores como Aya Takano o Chiho Aoshima han recreado mundos y personajes que nos han despertado emociones conectando sus creaciones con pasajes de lo contemporáneo. Pero hasta ahora pocos cineastas que han investigado en la animación, con inclinación comercial, han sido capaces de crear muñecos en stop motion o ilustraciones digitalizadas que exploraran la creatividad para cambiar un género que tiende a copiarse a sí mismo, cuando en cambio, las posibilidades son infinitas. Con todo este camino por indagar, ya solo desde el punto de vista estético, no es de extrañar que La vida de Calabacín  sorprenda a propios y ajenos al anime. Es una película fresca, colorista y vibrante que marca un camino a seguir. Su vocación de ser moderna, es indiscutible. Cada elección, como las musicales, están pensadas para conectar quizás más con los adultos que con los niños. Pero estos sabrán apreciar que las empáticas figuritas de La vida de Calabacín  les llevan a otra dimensión donde hay que encajar las piezas y ver con la perspectiva del otro, del outsider, del marginado en sociedades violentas. No obstante, no hay intención de interferir con mensajes, estereotipos o ideas preconcebidas de un mundo generalmente edulcorado y mitificado en la pantalla. El propósito es otro. El ritmo del grupo musical Grauzone con su mítica Eisbär  deja claro el objetivo. Lo estético reduce a lo mínimo el guion. La fuerza radica justamente en evitar caer en trampas que se esquivan pero están presentes aunque Celine Sciamma, una de las realizadoras francesas más interesantes de la actualidad con películas como Tomboy  y Girlhood, trata de dar perspectiva, a través del guion, enfocándose en unos personajes adorables que evitan que le demos más vueltas a un final poco sorpresivo. A partir de ahora queda libre el camino para seguir aprovechando las posibilidades que ya sabemos tiene la animación.
 

Tráiler de La vida de Calabacín | StyleFeelFree Youtube

FICHA TÉCNICA
Título original: Ma vie de Courgette (La vida de Calabacín / My Life as a Courgette / My Life as a Zucchini)
Duración: 66 minutos
Dirección: Claude Barras
Guion: Céline Sciamma (Adaptación de Autobiographie d’une Courgette, de Gilles Paris)
Fotografía: David Toutevoix
Director de arte: Ludovic Chemarin
Director de animación: Kim Keukeleire
Sonido: Denis Séchaud
Montaje: Valentin Rotelli
Fecha de estreno España: 24 de febrero de 2017
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