Roux Feelfree
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Reflexiones sobre la censura en los ámbitos de la creación de los que participa también el nuevo periodismo desde lo digital

Hay muchas formas de censura en los ámbitos de la creación en los que incluyo también el nuevo periodismo desde lo digital. También en las sociedades democráticas. De todos es conocida la censura, en sus distintas formas, operando a la luz del día. Si bien, sólo consideramos acordarnos de ella, precisamente, cuando hace aparición. El resto, como que únicamente es visible para los afectados, obviamente, opera entre sombras. Pero eso no impide que perjudique a todos los que consideramos que la diversidad, en contraste a la uniformidad excluyente, es sintomática de una sociedad fértil. Una uniformidad que entre otros males, alienta a la consolidación de peligrosos poderes que atentan contra la cara más diáfana de la democracia, la participación de todos.

Generalizando, los que vivimos en dichas sociedades bajo la bandera que sentimos como comunitaria y no territorialista en la reivindicación del lema más conocido de la Revolución Francesa con su «libertad, igualdad, fraternidad», pensamos que al menos tenemos la libertad garantizada, porque aparentemente, a pesar de los vicios manifiestos del sistema, no nos enfrentamos diariamente a formas perceptibles de censura como en otras partes del mundo, de las que sabemos gracias a la tenacidad, valentía y extraordinario trabajo de algunos creadores en Irán, Turquía, China… Tal es el caso del cineasta Jafar Panahi con Taxi Teherán, una película que se estrena próximamente y que es una muestra de la asfixiante censura en Irán. Así que figuramos, aún con muestras evidentes de que la censura está viva y que se exteriorizan cada cierto tiempo, que nuestra sociedad muestra signos de normalidad y salubridad expresiva en comparación con otras realidades. Lo vemos en las redes a diario. Aparentemente, podemos opinar aunque también sabemos que la opinión necesita de públicos que en redes están focalizados. De todas formas, no parece suponer un problema la tutorización de esa participación o la cuestionable visibilización,  que en cambio, es muy rentable como termómetro de la actualidad. Por eso, entre otras cosas, olvidamos rápido sucesos que pusieron dicha libertad en entredicho.

No hace falta que enumere los episodios recientes que levantaron a la opinión pública en aras de la libertad de expresión o lo que es lo mismo, en contra de formas visibles de censura. Y no hace falta porque cuando la censura es combatida por la opinión pública, consigue al menos el propósito de condenarla. Lo consigue además convirtiendo al censurado en víctima de un sistema intolerante que se asusta ante cualquier vestigio de cuestionar las distintas formas de poder, sin tener en cuenta, no sólo lo antidemocrático de este proceder, sino que esta forma de actuación deja entrever algo solapado: el convencimiento de la existencia de una élite rebelde a quien refrenar y una masa sometida. Puesto que censurar implica presuponer que el público es impresionable, dúctil, manejable por el supuesto provocador —simplificando, poco apto para emitir juicios de valor propios— no deja de ser, en suma, una forma de agravio que afecta no sólo al que ha provocado dicha reacción, que algunas veces incluso se crece en la confrontación visibilizándose, sino especialmente al que se le niega toda posibilidad de acercarse a una obra de creación por temor de que este sea abducido por lo que se estima sólo tiene una vía de interpretación. Luego la máxima de la censura es el negacionismo. Se niega la creación, ya que se entiende que tiene un talante unidireccional y perverso. Se niega el criterio, porque salvo el creador y una temida élite, nadie está capacitado para comprender, discernir y enjuiciar. Se niega la confrontación, porque puede poner en peligro el orden conocido; luego en cierta forma, incluso se niegan las bondades de ese orden o se duda de ellas, con lo que el negacionismo aquí se vuelve oscurantismo, más pernicioso si cabe.

A pesar de lo estimulante de todo este debate, estas formas de veto, de las que todos somos conocedores salvo que vivamos en una urna de cristal opaca, que también puede ser, no me interesan tanto como la censura invisible o velada que además, no pocas veces, guarda relación con las sin-razones de la otra censura, la que se evidencia. Y aquí lo expongo recalando ahora ya en lo personal. Para ser más explícita diré que cuando comencé con esta publicación, allá por 2010, pensaba ingenuamente que un proyecto que sólo tenía la intención de dar, no podía ser sino bienvenido. StyleFeelFree, desde su creación, ha tratado de informar y de reflexionar honestamente sobre la actualidad cultural mostrando un enfoque con identidad, libre, sin condicionamientos. Ilusamente, creía que al menos la libertad de expresión desde la proliferación de todos los mecanismos que ofrece el mundo digital, contribuyendo a crear lo que en un principio se vio como una gran plaza de discusión abierta al público, estaba garantizada. Pero no conocía esas formas veladas de censura. Y la realidad que me encontré, no me la hubiese imaginado si bien en mi trayectoria profesional en la creación y la comunicación, siempre por carreteras secundarias, pensaba haber aprendido a asumir los obstáculos que no permiten avanzar, a pesar de tener la suerte de vivir en una sociedad democrática.

Me explico y aclaro el misterio al referirme a las formas veladas de censura. Intentaré ser explícita. Son las que te quitan la voz vetando a veces tu presencia por considerarla pura intromisión, las que eluden tus misivas, o las que te ningunean o directamente te ignoran cuando no te dan eco en las redes sociales que en principio, prácticamente todos los organismos crearon convencidos de su necesidad de acercar, de mejorar una imagen de marca caduca y dar más cobertura a sus proyectos. Paradójicamente, no podía imaginar, que estando ahí con la intención de contribuir a la misma finalidad que dichas entidades, mi implicación desinteresada no siempre sería bien recibida.

Y ahora bien, ¿quién está detrás de lo que a todas luces se comporta como una élite cercada en su endogamia? Pues bien, continúo. Son aquellas estimuladas por representantes de la cultura —la misma cultura que por chocante que parezca, todos tenemos que salvar— que sólo dialogan con el establishment evitando cualquier intrusión que se distancie del bien o mal conocido. Ya se sabe, es preferible manejar a unos pocos, legitimados a veces por razones cuestionables, que reconocer a los que se posicionan desde la independencia, la buena voluntad y la modestia de medios, pero también desde la dedicación, la pasión, la disciplina, el rigor y la confianza plena de que se puede aportar una pizca de frescura que fomente la pluralidad de la que presume la democracia.

Y como estoy convencida de que no es algo que me implica únicamente a mí, sólo me planteo una cosa. ¿Son conscientes realmente estas empresas, organismos e instituciones de que están participando de una nueva forma de censura? ¿Es posible que el que se presenta como paloma sea visto como halcón? ¿Cuál es la lógica que impide no fomentar un mundo mejor, más plural y participativo que es precisamente lo que reivindican estas entidades, puesto que se ha visto que es la única postura acorde con los nuevos tiempos desde la agitación digital? ¿Es entonces todo una falacia o es que lo que se vendió como una revolución social que fomentaría un mundo más plural y libre se ha convertido en una contrarrevolución tomada por los poderes para acreditar sólo a los relatores oficiales?

Aunque también es posible que algún día, espero cercano, los censores, no conscientes de serlo, se den cuenta que bien podrían convertirse fácilmente en cabeza de turco de los sistemas que fomentan. Reflexionemos. Reflexionemos entonces sobre la responsabilidad que tienen esos representantes de la cultura, desde sus mecanismos, de abrirle los brazos a los que les brindan soporte contribuyendo a dar color a los diálogos que ellas mismas inician. No se me ocurre otra forma de avanzar. Construyendo puentes desde los que alzar voces, aunque distintas, que promuevan la participación activa, reveladora de que a pesar de las diferencias, se puede tener un proyecto común que estimule la cultura. De hecho, todo sea dicho, me consta que hay agentes culturales de buena fe que empiezan a ser conscientes de las necesidades de cambio y que día a día trabajan en esta dirección. Prosigamos entonces aunando esfuerzos.